El influjo cultural de la metafísica del materialismo histórico, que preconiza la necesidad frente a la libertad en la construcción de la sociedad, ha hecho que la sociología haya acaparado el ámbito de la filosofía social, ciencia cada vez más relegada al círculo de estudio de un reducto de pensadores románticos de la libertad.El fenómeno que ha pasado desapercibido para la generalidad del pensamiento occidental es de una trascendencia fundamental. La sociología, ciencia que estudia el comportamiento de la sociedad, los hechos sociales dados, ha adquirido en el último medio siglo una relevancia inusitada. El estudio de su propio comportamiento se ha convertido para la sociedad en la referencia de su proceso de evolución, como si su comportamiento hubiera respondido a hechos necesarios -aquello que necesariamente tenía que ocurrir- y no a actos humanos libres que hayan sido causa de unos comportamientos determinados frente a otros que también podían haberse dado.La filosofía social, que no se enfrenta a la sociología, sino, todo lo contrario, la utiliza como ciencia auxiliar, tiene por objeto el estudio de los principios fundamentales que deben ordenar el comportamiento social para que el mismo responda a la expectativa coherente de todo el orden existencial.No se trata pues de la observación de la evolución de la sociedad, o del análisis de hechos sociales, desde una perspectiva mecanicista, sino de fundamentar los actos sociales, como actos humanos, creativos, libres, sujetos a la crítica que condicionen su valor. La libertad de este modo no se corresponderá con la tendencia social, sino la adecuación de la concurrencia de los actos que generalizan los hechos sociales con la ética.Frente al rigor intelectual, en los últimos tiempos podemos observar -como vienen denunciando algunos de los mejores pensadores de la actualidad- a la frivolidad instalada en el centro de la corriente cultural. Esta tendencia del pensamiento que se decanta por dar mucha importancia a lo irrelevante, mientras lo realmente importante queda ignorado, está encontrando en la superposición de la sociología sobre la filosofía social su más adecuado campo de cultivo.No tendría más importancia la preponderancia de la reflexión sobre lo banal, si no fuera por el enorme influjo sobre el comportamiento de las personas. Cuando a la sociedad le faltan referencias para regular su comportamiento, se adentra, poco a poco, en el dominio de lo irracional.Es por tanto la filosofía social la ciencia especulativa encargada de aportar las referencias para la construcción de la sociedad, para superar la fácil tendencia que con frecuencia marca la inercia, para retomar el humanismo.Frente a la sociedad práctica, en la civilización del usar y tirar, se presenta al criterio de muchos obsoleto el propugnar la especulación y toda referencia a la práctica filosófica no experimental. Pero no queda más que juzgar si queremos al hombre, si nos queremos a nosotros mismos, como sujetos o como objetos del devenir.Una filosofía social que, frente al reduccionismo del existencialismo, sea capaz de devolver al hombre la inquietud de, al menos, cuestionarse si la sociedad que le construyen a su alrededor políticos, economistas y parlanchines es la más conforme a su naturaleza.Una filosofía social que mediante la reflexión y contraste de las ideas, aporte luz y criterio a cuantos por delegación de la misma sociedad tienen el deber de construir el mejor de los mundos posibles.