La construcción de un marco universal de convivencia es uno de los modelos sociales más prometedores para el nuevo siglo.Los progresos asombrosos en la comunicación han reducido las distancias geográficas, muchas barreras sociológicas y no pocas prevenciones psicológicas. El mutuo conocimiento de los pueblos ha mostrado que es mucho más lo que une que lo que separa a las personas de distintas culturas, razas, religiones, etc.Este valor de convivencia, no obstante representar un valor en alza, permanentemente se encuentra cuestionado, no tanto formalmente como en la realidad social. Convivir, las más de las veces exige compartir, y ahí es donde los distintos pueblos comienzan a marcar los límites de la convivencia; con mucha facilidad se rebaja ya a hablar de la simple tolerancia, que es algo así como no comprometerse a nada.Uno de los factores que tradicionalmente has delimitado la convivencia han sido las fronteras. Esa barrera administrativa que delimita el concepto de grupo social en el conjunto universal ha desarrollado un rol histórico que el tiempo no ha hecho sino remarcar. La frontera aglutina una demarcación de intereses que tan sólo la perspectiva de quien vislumbra lo que se gana al compartir puede llegar a relajar.Facilitadas por las posibilidades de desplazamiento, cada vez son más los acontecimientos de participación universales. Entre ellos ocupan un destacado lugar las competiciones deportivas, facilitadas por la universalidad del lenguaje de la actividad frente a otros eventos culturales que encuentran mayores barreras de idioma, conocimientos, tradiciones, etc.Los Juegos Olímpicos, un proyecto que con su desarrollo parece haber devaluado parte de lo más genuino de sus esencias. Una de esas deformaciones parece vinculada a la asunción de la representación deportiva por los Estados, los cuales han encontrado una pantalla donde proyectarse como estructuras de poder. Buen ejemplo de ello dan las olimpiadas de Berlín, Moscú, Los Ángeles, donde los criterios políticos de los Estados primaron sobre los valores deportivos.Cuando la confrontación pasa de la pista, la cancha, el vaso, etc. al medallero como valoración de lucha entre Estados, algo del espíritu deportivo a nivel global se está viciando.Cuando los atletas pueden ser evaluados por las federaciones estatales por motivos de sintonía política, o cuando a cualquier deportista del mundo se le pueda vetar por su condición de haber mudado de nacionalidad o haber quedado apátrida, se desinfla el espíritu olímpico por más que con luces y altavoces se prodigue.Cuando las federaciones de deportistas se desmarquen de las estructuras estatales, asignen libremente sus ámbitos y compitan tan sólo en nombre del deporte bajo la única bandera olímpica, se habrá recuperado un verdadero valor signo de que el mundo camina realmente hacia la convivencia.