DIMENSIÓN SOCIAL DE LA FELICIDAD
¿Es qué la felicidad existe?El escepticismo que en los últimos siglos progresivamente se ha ido instalando en la filosofía ha perdido todo interés por adentrarse en los estados de la sicología humana más allá de los procesos vinculados a reacciones sensoriales. Entre los temas soslayados está el de la felicidad del hombre.Conforme algunas filosofías científicas advierten de la quimera de la felicidad, como si se tratara de un idealismo místico ajeno a la realidad de este mundo, no deja de advertirse un movimiento social, especialmente en oriente, que desengañado de otras realidades perentorias, ante el auspicio de la incontestable experiencia, aspira a la felicidad como proyecto absoluto de la existencia.La crítica necesariamente ha de intentar objetivar la experiencia subjetiva, y delimitar la naturaleza de esa realidad. Si entendemos la felicidad como un estado de satisfacción del alma que se deriva del deber cumplido, podemos deducir que su ámbito engloba la totalidad de la esencia y existencia humana. Esta concepción de la felicidad se opone a la que entraña los estados pasajeros del ánimo como consecuencia de la satisfacción sensorial, a los que se ajusta con más acierto el término de bienestar. Felicidad y bienestar no son términos contrarios; conviven frecuentemente, pero corresponden a dos realidades psíquicas distintas.Si la felicidad es un estado del alma humana, corresponde a la totalidad de su personalidad, y muy especialmente al comportamiento de sus potencias inmateriales: al uso de su capacidad de decisión y a su libertad. La consecuencia de la decisión de la elección del bien es la contemplación del mismo bien, y del mismo acto se sigue la satisfacción. Como el deber del hombre es esencialmente hacer el bien, del deber cumplido se sigue la satisfacción que llega a configurar ese estado del alma que conocemos por felicidad.Negar la posibilidad de la existencia de la felicidad, porque el hombre no pueda obrar el bien, es la tesis de los escépticos, bien porque no consideren al hombre libre para obrar, bien porque consideren al hombre incapaz de obrar libremente el bien, o porque consideren al hombre incapaz de conocer el bien. Pero si partimos de la consideración de la persona humana capaz del bien, no debemos sustraerle la correspondencia síquica de ese obrar.La felicidad como estado del alma no tendría más que una dimensión subjetiva si no fuera por su relación al obrar del bien. Como el hombre es un ser sociable, vive en relación, sus actos repercuten sobre otros, son actos personales de relevancia social. De ahí se deduce la trascendencia social de la felicidad.El hombre, si sólo y cuando produce el bien es feliz, lo será tanto más en cuánto todos sus actos de relación sean mejores; lo que presupone en primer lugar la justicia y en segundo la solidaridad.Si la felicidad depende del deber cumplido, será para el hombre necesario conocer sus deberes, sus responsabilidades en el marco humano, su dimensión social. La capacidad intelectual representa una mayor responsabilidad cultural, y en un más amplio conocer se dilatan las responsabilidades ante el bien.La felicidad como estado del alma individual es siempre subjetiva, pero además, al realizarse en un marco social, este mismo marco influye indudablemente sobre la formación de la conciencia del hombre, facilitándole la elección del bien. Las sociedades, según sus principios y sus hábitos, facilitan a sus componentes el acceso a la felicidad. La impronta cultural de una sociedad no determina pero estimula a sus ciudadanos para alcanzar determinadas cotas de felicidad. Determinados idealismos sociales pueden al mismo tiempo dificultar, a veces en gran manera, el que los componentes de ese grupo social puedan, siquiera, plantearse anhelar un estado de felicidad.Quizá para que el hombre sea feliz, llegue socialmente a ser determinante la disyuntiva de elegir entre la sociedad del bienestar y la sociedad de la solidaridad.