PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 10                                                                                                      SEPTIEMBRE-OCTUBRE 2003
página 8
 
 

CATOLICISMO Y CRISTIANISMO

 
Mi papá me contó que uno de los prelados que co-gobernó nuestro Perú a finales del siglo XVII escribió al rey de España diciéndole: Por estas tierras los pueblos han acogido la fe católica con facilidad aunque no han sido cristianizados. Asisten a la Misa, a procesiones, imágenes de Cristo y la Virgen presiden sus casas; pero, he de decirle Señor, que no son cristianos porque viven en continuas pendencias, se emborrachan, abandonan la mujer y el hogar, son holgazanes y amigos de la chanza y el juego. Se han adherido a los ritos de la religión, pero su corazón no se ha convertido.
Las anteriores palabras, que no pueden en ningún modo considerarse textuales históricas, pues las repito de oído como las escuché a mi papá de pequeña, me sirvieron de continuo para comenzar a entender y distinguir lo que exige Dios y lo que pide la Iglesia.
Recién que me gradué de profesora, en la universidad he podido constatar la diferencia entre los que de verdad siguen a Cristo, los que llamo cristianos, y quienes sólo son católicos, los que cumplen una normativa con la que se sientes justificados cara a la sociedad.
Conocer y tratar con cristianos de distintas confesiones te ayuda a distinguir lo que de verdad es religión -relación con Dios- de lo que es pura tradición, simple superstición.
Tan sólo quienes aprecian el hábito por meditar la vida y enseñanzas de Jesucristo y, en la manera de lo posible, obrar en consecuencia deberían llevar el nombre de cristianos, de estos he encontrado auténticos en todas las confesiones, pero quizá menos entre los católicos.
Creo que tres siglos después de aquella apreciación del antiguo prelado de nuestro pueblo, las cosas siguen parecidas en nuestra Latinoamérica. La mayoría se confiesan católicos pero pocos realmente son cristianos.
Me gustaría trasladar mi reflexión sobre el entorno religioso en que nos toca vivir. La colonización nos trajo una nueva religión que como un elemento más de civilización se implantó sobre los indígenas sin que se apreciara una especial resistencia. Se enseñó a la gente un nuevo dogma y unos hábitos y costumbres: y se concluyó que el pueblo ya era católico. ¿Pero la gente en verdad conocía y trataba a Jesucristo?
Quizá el gran desconocido para los católicos sea su misma esencia, la verdadera persona de Jesucristo, esto explicaría la inadecuación de la vida de la mayoría de los católicos a las exigencias de la verdad cristiana.
Hoy, como ayer, parece que predomina esa dicotomía entre catolicismo y cristianismo, y quienes mantienen una apariencia religiosa y una moral exterior, los que cumplen y exigen cumplir la tradición de las fiestas y sus ritos al tiempo ignoran todo compromiso con la justicia, la caridad, la solidaridad. El Cristo de la paz y al amor al prójimo aún no ha sido descubierto.
Iglesia Católica debería ser la que continuamente busca la auténtica identificación de sus miembros con la verdad de Jesucristo allá en cualquier parte del mundo. Tan sólo en el conjunto de los que conocen y creen, meditan y practican, que hacen realidad una vida acorde al mandamiento del amor, se puede hablar de comunidad cristiana, de cristianismo, todo lo que no corresponda con esta verdad será estructura, jerarquía, forma, nomenclatura de Iglesia Católica, no de Iglesia Cristiana.