PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 11                                                                                                      NOVIEMBRE-DICIEMBRE  2003
página 5
 
 

 TERRORISMO DE ESTADO

 
Pensar en el terrorismo como una violencia inusitada propia de los nuevos tiempos es olvidar como a lo largo de siglos distintas formas de terrorismo se han sucedido actuando al margen de la ley. A modo de ejemplo podríamos citar que terrorismo fueron las incursiones bárbaras para el rapto de doncellas, las frecuentes quemas de cosechas medievales, la ocupación de los territorios indígenas, etc. La sucesión de formas de terrorismo que nos relatan los historiadores no puede dejar oculta una de sus mayores y más desapercibida manifestación que es el terrorismo de estado.
Según las ideologías imperantes la definición de terrorismo se acomoda a la dialéctica política que propicia el propio interés. Por eso, es tan común que en el campo semántico del terrorismo se encuentren tan pocas referencias el estado. Esa hábil maniobra pública, sin embargo, no escapa al riguroso juicio de la filosofía social.
El mínimo rigor intelectual exige acercarse a qué es el terrorismo. Entre los rasgos distintivos del terrorismo habría que admitir:
     · Ejercicio de la violencia.
     · Acoso a una persona o colectivo social.
     · Atemorización de la población.
     · Actuación al margen de la ley.
Todas las anteriores características enunciadas se dan en el caso de guerra, salvo que ésta de alguna manera se realiza de acuerdo a una norma cuando se declara según los procedimientos internacionales. Por eso, no tiene nada de extraño que muchos movimientos terroristas justifiquen sus actos como guerra o lucha armada.
Suponer el terrorismo como compatible con los fines del estado supondría negar la naturaleza del mismo, puesto que el terrorismo se opone al bien común que es el fin primario y fundamental del estado como forma organizada que es de la sociedad. A esta incompatibilidad es donde muchos se acogen para negar la posibilidad teórica del estado terrorista, pero obvian que un estado puede interpretar como bien común propio el cercenamiento del bien común de otro estado o incluso una facción de la propia sociedad. Si además añadimos que el estado está gobernado por un grupo reducido de personas quienes realmente ejercen el poder, en la medida que su estructura sea más opaca o autoritaria se darán más posibilidades que desde el mismo se ejerza el terror.
El ejercicio de la violencia, como sustanciación del terrorismo, para el estado no ofrece dificultad pues dispone de toda la estructura de defensa, policial, información, espionaje, recursos, etc. que le posibilitan la máxima libertad de ejercicio al margen de la ley.
El acoso a un colectivo social desde el estado tiene dos vertientes:
     · El enemigo ideológico.
     · El enemigo existencial.
El primero es aquel que se constituye como tal porque la facción dominante del estado -que suele coincidir con quien gobierna- considera que esa otra atenta a la concepción de estado concebido por el grupo mayoritario. El salto cualitativo de contrincante político a enemigo ideológico es una de las consecuencias que se derivan de la personalización del estado en la ideología dominante. La referencia y el grado de acoso al enemigo será proporcionado al peligro de su implantación social. Este tipo de terrorismo es el que ha conducido a muchos gobiernos al acoso y represión del virtual enemigo político.
El enemigo existencial es al que se le niega el derecho a ser. En este caso el terror alcanza su máxima expresión. Aunque podría parecer absurda esta referencia, en la historia se han sucedido casos con mucha mayor frecuencia de lo que a primera vista podría parecer; por ejemplo: La represión a la burguesía por los marxistas, la persecución nazi al sionismo, la esclavización de refugiados, la imposición por la fuerza violentando el derecho internacional, etc.
El estado, que debería ser el garante del bien común entre el cual se cuenta la tranquilidad que presta la protección, a veces atemoriza a la población para mantener sumisas y controladas las opciones políticas divergentes a las que asume el poder que gobierna. Temor que se desprende de la represión silenciosa y de las proclamas coercitivas, aunque unas y otras se justifiquen por la necesidad de controlar a los grupos enemigos marginales.
La voz del estado se impone tiránica en proporción inversa a la libertad de información permitida. En la medida que los medios de comunicación son controlados directa o indirectamente por el poder, se consigue mediante el engaño la adhesión a los postulados del gobierno o el generalizado temor a la libre expresión.
Pero de todos los rasgos que con todo tipo de terrorismo comparte el que denominamos de estado el más grave es la actuación al margen de la ley. Podría parecer paradójico que el estado que configura sus leyes no las definiera de modo que le permitieran su represión violenta, pero el problema se plantea en que ningún estado quiere abiertamente situarse en contra de los principios jurídicos universales de salvaguarda de la libertad, y por ello en tantas ocasiones decide actuar burlando la ley mediante la impunidad procesal deriva de la manipulación de los tribunales de justicia.
Pensar que el sistema democrático justifica toda la actuación del estado es uno de los criterios a depurar si se quiere progresar en el camino de la paz. El terrorismo es una misma amenaza proceda de grupos revolucionarios marginales, estados dictatoriales, estados revolucionarios o estados democráticos. El fin no justifica los medios incluso para quienes soportados por una mayoría parlamentarias pretenden imponer su orden en una nueva configuración social.