¿PROFESIONAL O EJECUTIVO?
Del mismo modo que la industrialización en el siglo XIX hizo emerger la figura del obrero, la época de la tecnología ha configurado el ejecutivo como el gestor del desarrollo y aplicación de proyectos. El ejecutivo queda constituido como el mando intermedio entre el estamento de dirección, decisorio en la política de empresa, y los obreros directos o subcontratados, cuya vinculación empresarial tiende cada vez más a diluirse por efecto de la automatización.La dinámica de la nueva empresa en la que el fin social ha sido desplazado por el interés económico, está creando una nueva cultura del trabajo en la que la profesionalidad de la persona se está progresivamente diluyendo. La estructuración piramidal de la empresa unida a la desvinculación orgánica de objetivos entre dirección y trabajadores está generando en el ámbito de lo social una merma de expectativas que se concreta en una paulatina despersonalización.La masificación de la economía, el paso desde lo local a lo universal generado en pocas décadas, ha subvertido el vínculo de servicio genuino entre empresa y comunidad por el de consolidación de beneficios. Hoy, la empresa, descabezada por una propiedad anónima, no atiende más que el sentido de la rentabilidad.La reorientación económica no alcanzaría socialmente más trascendencia que la económica si no fuera porque el trabajo es además uno de los más esenciales determinantes de la psicología personal. La estabilidad emocional del trabajo sustenta en gran manera el equilibrio mental de los individuos. No conviene olvidar que el trabajo constituye el núcleo de la relación hombre-sociedad.Dado que la empresa premia la identificación del trabajador con su espíritu comercial, el ejercicio de configuración del pensamiento forma parte de la definición del ejecutivo. El objetivo profesional queda absorbido en el objetivo empresarial. La relación hombre-sociedad resulta mediatizada por hombre-empresa-sociedad.La profesión individual como máxima realización personal de servicio a la sociedad se identifica con la voluntad del ejercer un bien para beneficio del ciudadano o grupo social al cual se dirige. Por ejemplo: la satisfacción que para el profesor se deriva del progreso de conocimiento de sus alumnos, el consuelo del médico que cura al paciente, el sentimiento del deber de quien protege la extinción de los incendios. Lo que la profesionalidad aporta al sujeto de grado de satisfacción está en función del bien que se deriva hacia el grupo social en el que se inserta. Es parte de la dimensión ética de la conciencia de todo individuo.Cuando la perspectiva profesional se diluye por la despersonalización del ideal para direccionar el trabajo en la única perspectiva comercial, el valor de bien desaparece porque la referencia no es ya la sociedad sino el capital. El valor de la acción se cuantifica en un doble cómputo económico: El valor de la retribución para el trabajador y el valor de beneficio aportado a la empresa. El éxito del ejecutivo se consagra por producir más para ganar más. El fin lucrativo de la empresa inspira toda la actuación del trabajador que, sin percibirlo, paulatinamente renuncia a la dimensión profesional de su personalidad por la instrumentalización que de la misma hace el poder del mercado. La perspectiva de negocio suplanta en la mente del ejecutivo la referencia de servicio, del mismo modo que la empresa modifica su antiguo carácter conglutinador de expectativas de realización social por las únicas de inversión productiva.Al final, sólo queda preguntarse si una sociedad mayoritariamente constituida por ejecutivos despersonalizados, desposeídos de una conciencia ética en su perspectiva laboral, constituye el sustrato social capaz de constituir una comunidad que considere algún valor más trascendental que el del propio bienestar.