PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 12                                                                                                      ENERO-FEBRERO  2004
página 10
 
 

USO Y ABUSO DE LA AMISTAD

 
Efectivamente, la amistad, a veces, suele ser una referencia a la que recurrimos para justificar comportamientos o conductas en que incurrimos sobrepasando nuestros habituales “registros o sintonías”. Cuando “nos pasamos” y comentamos que la amistad debe de estar por encima de todo, en el fondo nos estamos justificando de algo que hemos hecho mal o no estamos del todo satisfechos de eso.
Quizás, profundizando un poquito más, habría que analizar las causas de ese comportamiento y repasar su frecuencia. A veces sólo se trata de casos aislados, otras son comportamientos habituales, y algunas nos comportamos así sólo cuando concurren irregularidades actitudinales de uno mismo o de las otras personas.
Bien, esa puede ser una valoración correcta a situaciones irregulares puntuales y no habituales. No debemos actuar habitualmente con esta “muletilla”. Confío en el significado más transcendente de la amistad. Los que se queden en ese uso superficial, me parece que hacen una interpretación abusiva y frívola. Sin embargo, en la sociedad en la que nos encontramos, cada vez son más numerosos los que se “refugian” en ella como los que la “juzgan” con ese significado torpe y torticero.
La amistad está fundamentada en compartir los valores más profundos de la persona, y digo profundos no por ser inalcanzables sino porque rozan con los sentimientos. Con los amigos se ha de ser honesto (decir aquello que uno piensa), generosos (nada de cuentas de haber / debe), desprendidos (nada de dar / según recibes), tolerantes (a ver que dices / haces), indulgentes (perdonar sin rencor)... Es decir, situar a la amistad en el justo equilibrio que le corresponde, ni usando ni abusando de su generosa profundidad.
Y de estas prácticas, resultado de nuestros comportamientos, debemos analizarlos, reflexionar, y llegar a conocernos “un poquito más”, pero no con nuestro punto de vista, que ese ya se tiene muy visto, se trata de conocernos con el punto de vista ajeno, ese punto de vista que desconocemos (el cómo nos ven, que no es el cómo nos vemos y mucho menos el cómo nos gustaría que nos vieran) y que a veces nos hace abrir los ojos a dimensiones internas absolutamente imprevisibles.
Un ejemplo muy socorrido se suele dar en personas que se manifiestan prepotentes, vanidosos, orgullosos, poniendo “firme” a la gente, dando lecciones a todo el mundo y sin respetar ni escuchar a nadie... y cuando se le pregunta acerca de sí mismo, se sitúa en un plano de auténtica humildad y respeto con los demás.
Para corregir situaciones de relaciones interpersonales lo más adecuado es recurrir a desarrollar la comunicación grupal en la que el factor decisivo es la apertura personal de uno hacia el grupo, y como consecuencia se produce de forma natural la apertura del grupo al individuo, agrandando la “ventana abierta“. Lo que es difícil de perpetuar, la figura que está sistemáticamente dispuesta y alerta a ver que encuentra de oportunidades en el grupo para obtener una sistemática situación de ventaja para uso y lucro personal, sin la solidaria actitud de esa persona para con el grupo, porque se van reproduciendo zonas “ciegas y ocultas” en las relaciones / comunicaciones que terminan haciéndose insostenibles, son planos de egoísmo personal, donde el único punto de vista que funciona en esa comunicación es el de uno mismo y los demás quedan a su servicio.
Es la pasiva reciprocidad, y puede que ni siquiera él sea consciente de la situación.
¡Menuda torpeza!