PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 13                                                                                                      MARZO-ABRIL  2004
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EL DOMINIO DE LA SEXUALIDAD

 
La facultad de la sexualidad comporta para la especie humana, en común con muchos animales, una doble función: satisfacción y reproducción. Ambas funciones afectan a la totalidad del ser humano en su perfecta unidad y cooperan cada una de ellas según modos propios para el desarrollo integral de la persona.
Durante siglos las formas de moralidad de determinadas culturas favorecieron una interpretación fraccionaria del hombre y su sexualidad. Se consideró propia de su dimensión espiritual la voluntariedad de reproducirse y adecuada a su corporabilidad material el deseo de satisfacción sensible. Esta percepción escinde la unidad del hombre y no ha dejado de mostrarse como un influjo esquizofrénico para el desarrollo de la personalidad de pueblos y generaciones.
La contemplación de la genuina unidad del hombre, que no es contraria a su concepción como unión de substancias espirituales y materiales, requiere una visión de la sexualidad como una única realidad con doble influjo según sus afectos para la persona. Tanto la satisfacción como la reproducción, cada cual de su modo propio, producen bienes que se comunican desde las terminales sensibles a la más profunda psiques de cada individuo. Ahora bien, el ser humano, en cuanto capaz de administrar voluntariamente sus actos, es libre para conjugar los dos efectos de la sexualidad de modo que consiga alcanzar el mayor bien entendiendo la propia existencia como una experiencia global.
La reproducción en la especie humana presenta una característica  muy particular con respecto a otra tipología de seres vivos: Su dilatada necesidad de atención para conseguir que la nueva persona alcance un grado de desarrollo que no sólo le permita sobrevivir sino también incorporarse eficazmente al conjunto de una sociedad. Ese acompañamiento en la reproducción supone para el progenitor una dependencia ética que informa un periodo muy importante de su existencia. La dimensión paternal de la sexualidad determina mucho más de lo que superficialmente pudiera apreciarse.
La satisfacción supone para hombre y mujer gozar del placer que por naturaleza se deriva de su forma corporal, la delectación que el bien sensible proporciona, la materialización de sus afectos sicológicos y la expresión de sus sentimientos. La magnitud de esta satisfacción no se realiza necesariamente en cada acto sexual, corresponde a una potencialidad de la completa estructuración humana que se realiza en la relación de pareja.
Pero la sexualidad también incita a actos aislados de los que sólo deriva mera satisfacción sensible inmediata y pasajera. En ellos la persona satisface una fracción del instinto, la más material, limitada a complacer el gusto sensible sin que conlleve más trascendencia sicológica que la que puede derivar de la calma temporal de la ansiedad.
La sexualidad que constituye uno de los trascendentes de la persona por la vinculación que le confiere en el ámbito de la relación también, en la medida que ejerce una influencia directa y material sobre el sistema neuronal de percepción humana, produce una atracción del deseo que actúa como un inhibidor de la voluntad, de modo semejante a los estimulantes o drogas, produciendo un hábito hacia los actos por el placer puntual que proporcionan, desconectándose de los estados estables de satisfacción sicológica.
La racionalidad del ser humano le debe conducir a dominar la sexualidad sin ser dominado por la misma. Dominar la sexualidad supone conseguir un grado de equilibrio entre todos los influjos que la misma proyecta sobre la persona para que sea la razón y la voluntad quienes puedan libremente inclinarse para ejercer su función afectiva y su función reproductiva en el entorno de sus responsabilidades.
De todos es sabido la importancia de las relaciones sexuales en la estabilidad de la pareja y la trascendencia de la misma sobre la reproducción y educación de los hijos. Por ello, asumir una cultura sexual que no olvide los fines que le refieren dentro de la naturaleza humana supone un esfuerzo intelectual y un fortalecimiento de la voluntad.
La promiscuidad o falta de relación entre sexo, pareja y procreación origina una cierta dependencia que, tras la imagen de aparente libertad, condiciona al sujeto por el dominio de la sexualidad, de tal modo que sólo con muchas dificultades se logran conseguir los fines de trascendencia social cuando en otro momento más estable de la vida se pretenden.
Dado que el vínculo con la sexualidad es universal, la importancia de una buena educación sexual es relevante para que sea uno más de los ámbitos que la persona domina en la vida.