REAFIRMACIÓN Y TOLERANCIA
La manifestación política de los totalitarismos del siglo XX deberían ayudar a reflexionar sobre su constitución y la responsabilidad del pueblo para seguirlos y consentirlos.
Las revoluciones no se hacen sin voluntarios y los partidos no allegan el poder y los errores sin el beneplácito de la ciudadanía; por ello, es conveniente analizar cuáles son las causas de que una parte decisiva del pueblo sea quien sostiene esos sistemas más o menos totalitarios.
Aunque en cada circunstancia política existen notas muy particulares, hay dos razones que se advierten en el apuntalamiento de una opción totalitaria:
1. La razón del interés propio.
2. La identificación partidaria.
La primera responde a la única consideración del interés propio, ya sea de grupo, nación, religión... por la que un ciudadano apuesta por una ideología que le garantiza su bienestar o progreso con independencia de que el mismo se logre en base al dominio sobre otros grupos, clases o pueblos.
La segunda supone una fe irreflexiva en los postulados de partido de la que se sigue la reafirmación de la fidelidad a una doctrina sin que se haga juicio sobre la misma. La falta del justificante moral sobre el por qué se apoyan determinados planteamientos políticos se suple por la pasión de sentirse correligionario de una facción de poder.
Ambas razones tienen un común denominador y es la falta de soporte intelectual para enjuiciar en conciencia las ideas partidarias que se apoyan. La irreflexión impide que el ciudadano se acerque a la política con el ánimo de discernir las condiciones de verdad que cada punto del ideario o de la acción aplicada contiene. Sólo desde esta perspectiva es posible el ejercicio de la libertad.
La irresponsabilidad del juicio partidista instaura de hecho un totalitarismo en el que no sólo se apuntala la propia ideología sino que condena las opiniones contrarias, sin un análisis de sus contenidos, sólo por la oposición a la que se reafirma sin más como única verdadera. El cierre de filas ideológico supone además una contradicción sicológica a la tolerancia, pues se categoriza al adversario como enemigo.
La democracia como sistema entraña mucha más responsabilidad que la que se deriva del acto de decantación por una opción de representación o gobierno, es ante todo tolerancia a todas las ideas y la observación de los proyectos de justicia y verdad más allá del propio interés personal o de grupo. La oposición de ideas debe ayudar a realizar las catarsis de trasladarse mentalmente a las condiciones en que viven otros grupos sociales y desde allí justificar si la propia reafirmación al ideal anteriormente sostenido sigue siendo vigente.
La reflexión sobre las decisiones políticas es una de las marcas de las democracias adultas que lleva no sólo a decantarse por una determinada oferta en un proceso electoral, sino también a la acción continuada de evaluación de los actos políticos, lo que revierte en un espíritu crítico constructivo. La fuerza de la opinión pública en una democracia es fundamental, y para que no sea demagógica, o sea, inútil, es necesario que supere la simple reafirmación partidista y se construya tomando en consideración cuanto de positivo se propone por cualquier estamento de la sociedad.
Salir del anquilosamiento intelectual de la fidelidad doctrinal para ser capaz de escuchar a los demás es el mejor camino para construir políticas tolerantes.