PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 13                                                                                                      MARZO-ABRIL  2004
página 7
 

ECUMENISMO

 
Uno de los mayores escándalos contemporáneos lo constituye la divergencia entre las distintas iglesias y confesiones que dicen predicar el cristianismo. ¿Cómo puede ser que si todas siguen la misma doctrina, la de la predicación y vida de Jesucristo, cada una de ellas llegue a unas conclusiones propias y distintas? Desde el juicio racional parece obvio que de la exégesis de un mismo documento base - exigido el rigor de honra y profesión - se puedan llegar a un abanico de conclusiones distintas, pero nunca contrarias, salvo que el texto base sea una trampa. Por eso la variedad de doctrinas constituye un escándalo que induce a muchas personas a considerar globalmente el cristianismo como un juego de intereses.
La existencia de una base documental y una tradición muy antigua que recoge pormenorizada la vida de Jesucristo, que se toma como modélica con muy pocas variaciones, debería permitir la unificación de doctrina entre las distintas Iglesias para que unos y otros, como cristianos, sigan auténticamente en fidelidad la enseñanza de Jesucristo.
Un movimiento ecumenista para obrar en esta dirección, que pudiera orientar al mundo, pareció desprenderse del concilio renovador de la Iglesia Católica. La tesis para el acercamiento entre los cristianos está en la semejanza de vida de quienes se comprometen en la fidelidad al Evangelio, a pesar de la fundamentación espiritual en una u otra religiosidad cristiana. Cuando se tiene por único objetivo vivir según las enseñanzas del Evangelio con conciencia recta, como la referencia es común, el comportamiento conduce al entendimiento y no a la tensión entre comunidades.
Frente a lo que pudiera parecer en un mundo tan dividido, la confluencia de fe es muchísimo mayor que lo que separa. La única raíz y el único orden universal que ha gestado el cristianismo es tan determinante que la concepción de la confluencia ecuménica no se percibiría tan lejana si no fuera porque los obstáculos que impiden el encuentro responden a la consolidación de una sociología religiosa que marca a las confesiones más que la propia fe.
Favorecer la unidad del cristianismo es ante todo sintetizar lo que verdaderamente forma parte de la Revelación efectuada por Jesucristo, lo que supone evidenciar el credo distinguiéndolo de lo que no es más que fruto de la piedad. Todo lo que es el fundamento de la religión cristiana está contenido en la predicación de Jesucristo, pues si más hubiera sido necesario decir como Palabra del Camino, Verdad y Vida habría sido manifestado, por tanto la referencia es única y completa, sólo falta aceptar honradamente la claridad del contenido.
A lo largo de la historia la vivencia religiosa ha ido dejando su impronta en la formulación de la doctrina, de modo que muchas conclusiones de piedad, más o menos teológicas, se han equiparado a lo esencial de la fe en formulaciones que no siempre han gozado de acierto, así a muchas tradiciones se las ha dotado de un rango de importancia que no soporta la crítica más elemental.
El mundo de la piedad es el mundo de lo personal, de lo que la vivencia espiritual interior intuye para hacer afectiva y sensible la relación con Dios, pero, por corresponder al mundo del sentimiento, es personal, propio de cada individuo, conjunto, tiempo, e incluso moda. Lo que supone un enorme error es categorizar lo relativo a la piedad en el orden de lo trascendente.
Una de las enseñanzas principales que Jesucristo desarrolla con su vida y predicación es la distinción entre lo que corresponde a la verdadera religión y la parodia que de la misma la tradición judía había llegado a conformar. Fidelizar la doctrina y la fe a Jesucristo es también seguir su enseñanza en esa materia, desvelando cuanto por costumbre pueda contaminar lo esencial.
Frente a la sociología de la religión, lo que tiende a fijar la doctrina según la costumbre en que se vive la fe, la filosofía puede ayudar en todo momento a distinguir los condiciones de verdad de cada precepto de acuerdo a su conformidad con la predicación de Jesucristo. Este volver a contrastar los contenidos religiosos que se predican desde cada comunidad con la verdad genuina del Evangelio, quizá sea la necesaria humildad precisa para que el acercamiento entre las distintas Iglesias cristianas sea una esperanza que vaya más allá de lo que son simples declaraciones de buenas intenciones.
Cuánto corresponda hacer a cada confesión es una de las responsabilidades propias que nadie puede suplantar. Lo que sí se advierte es que el pueblo se siente mucho más próximo que sus respectivas jerarquías, y que en las relaciones de cooperación, donde se anteponen las relaciones de servicio según manda la justicia y caridad  cristiana, las barreras entre credos prácticamente han desaparecido.
Tras veinte siglos de desarrollo y distanciamiento, quizá sea el nuevo milenio el que induzca a recomenzar en la unidad con la mirada puesta sólo en Jesucristo. Para ello es necesario asumir la fortaleza y desprender el lastre que apega a la tierra un reino espiritual.