PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 14                                                                                                      MAYO-JUNIO  2004
página 1
 
 

FORMAS Y VALORES

 
La revalorización de la ética como guía de comportamiento se enfrenta a la doble interpretación de si sólo debe afectar a la conciencia individual o trascender a las formas sociales. En el fondo de ese planteamiento se juzga si debe corresponder al influjo social conducir al hombre a obrar el bien o, por el contrario, si es el hábito del ejercicio individual del bien el que conforman marco social ético. Esa disquisición radica en definir ¿hasta qué punto abarca el individuo y a la colectividad su responsabilidad en la viabilidad de una ética social?
Para analizar esta cuestión, el recurso necesario pasa por profundizar en el sentido de valor. El ejercicio de la libertad como acto de la voluntad es siempre individual, pues sólo a la persona corresponde, una vez evaluados los pormenores, decidir obrar en cada actuación. Es precisamente en la evaluación intelectual donde se procesan los valores éticos que constituyen el objeto de la conciencia. Ahora bien, el conocimiento está informado por la relación del hombre con el mundo en el que vive, y uno de los más trascendentes influjos proviene de las costumbres sociales en que cada persona se educa.
Esa correspondencia pone de manifiesto la responsabilidad de construir formas sociales cuyos influjos sobre la conciencia no entre en conflicto con las intuiciones más genuinas que las personas de bien maduran en su interior para encontrar una ordenada justificación a su existencia.
Muchos dan por hecho que valores y formas sociales se identifican, pues justifican en la depuración de la tradición la transición de lo que ha hecho posible la pervivencia de la sociedad. Otros, por el contrario, justifican el recurso a la crítica de las formas sociales sobre la base de la percepción de que no vivimos en el mejor de los mundos posibles, y por ello recurren al socorro de desvelar los valores éticos que promuevan la regeneración social.
Llegados a este punto habría que preguntarse: ¿Pero qué son los valores? Si la definición común de valor como el grado de utilidad y aptitud de las cosas para satisfacer necesidades o conferir bienestar o deleite la aplicamos a la conciencia obtendremos que se deducen dos clases de valor según su objeto: Los que satisfacen las necesidades corporales y los que realizan las aspiraciones espirituales. Entre los primeros se encuentran los bienes materiales que permiten el bienestar y enmarcan el confort, tan palpables son que se evidencian en su aplicación más que en su naturaleza. Los valores espirituales presentan, en cambio, mucha más dificultad para su apreciación. ¿Qué puede satisfacer al espíritu? Si partimos de la concepción del espíritu como sustancia inmaterial, no puede ser satisfecha por los bienes materiales que no le inhieren, por tanto su satisfacción sólo puede provenir de lo que le perfecciona o completa, pero siendo una sustancia íntegra, por pertenecer a la unidad de cada persona, su perfección debe provenir del ejercicio de sus potencias operativas. El valor espiritual del hombre es el obrar y su valor ético se sigue del obrar bien. Por eso, lo que entendemos por valores consiste fundamentalmente en obrar el bien.
Si trasladamos al ámbito social estas reflexiones encontraremos que los  hombres aprecian dos tipos de valores: los que le proporcionan vida más confortable y los que le proporcionan una conciencia de realización. Los primeros son pasivos, se padece su falta y se disfruta su existencia, aunque no añaden nada entitativo a la persona. Los segundos son activos, sólo se perciben cuando se practican, y su ejercicio hace que la persona se realice, tome conciencia de la actividad de su libertad y su responsabilidad.
Más importante es un segundo modo de determinación del valor sobre la sociedad, y es su influjo en la relación. Mientras los valores materiales se agotan en el disfrute personal, los valores éticos se proyectan en la relación interindividual. Hacer el bien supone ante todo un acto en el que una persona busca conferir una perfección a otra, se pone lo propio al servicio del otro, ya sea como consecuencia de una relación de justicia, de solidaridad o de compasión.
En el marco de la ética, los valores constituyen las categorías primordiales a la hora de estructurar la sociedad, haciendo de los mismos los referentes primarios de las relaciones, los hábitos a construir en la participación, los contenidos primarios de la educación.
Por su propia inercia la sociedad tiende a conservar las formas como la estructura fundamental de su existencia, aunque permanentemente se enfrenta a la renovación que cuestiona la validez de las mismas en el proceso de progreso que auspicia cada nueva generación. Es por ello que para favorecer un equilibrio en el proceso de cambio estructural de la sociedad se debe atender prioritariamente a la permanencia y desarrollo de los valores de la persona, lo que configura a cada individuo entre los demás en el ejercicio del bien, siendo la extensión y difusión de esta asunción de la responsabilidad de conciencia lo que configure en cada momento las formas o modelos ejemplares de la sociedad.
La revisión de las costumbres, lo que se hace por hábito, todo puede ser cuestionado si para ello se confrontan sus contenidos de verdad en referencia a la ética de los valores.