GASTO SOSTENIBLE
No deja de ser sorprendente que una sociedad mercantil española del ámbito de la distribución de energía haya difundido el lema de que la energía que menos contamina es la que no se gasta, promoviendo así el ahorro en el gasto de energía, lo que aparentemente sería contrario a sus intereses.
Tras muchos años de advertir sobre la incidencia en el medio ambiente del uso desaprensivo de la energía parece que la insistencia de los movimientos ecologistas comienza a proyectarse en los hábitos ciudadanos.
La apuesta por la energía limpia, la que no contamina o lo hace en menor proporción, supera la mayor parte de las veces al ciudadano en su elección y potestad de producción, pero lo que sí puede optar cada persona es por reducir su gasto de energía para evitar la parte proporcional de contaminación que se deriva de su producción, trasporte, distribución y consumo.
Al ciudadano le quedan las opciones de elegir sus electrodomésticos con un combustible más o menos contaminante, utilizar un automóvil con un determinado carburante, etc. pero lo que más directamente le permite apuntarse al colectivo que lucha por la menos contaminación es la utilización racional del consumo evitando el despilfarro de los bienes de consumo y optando por una política de austeridad y ahorro.
¿Quién no conoce las ventajas de ahorro de energía que proporciona el uso de los medios de transporte colectivos? ¿Quién no sabe la trascendencia de un buen aislamiento de su vivienda? ¿Quién ignora la ventaja de ahorro de combustible de los automóviles utilitarios? ¿Por qué sostener en viviendas y oficinas una temperatura superior a la de confort racional? Se podría continuar una lista de interrogantes sobre los hábitos que ha desarrollado la sociedad del bienestar, pero lo trascendente es que el ciudadano responsable tome conciencia de la incidencia de su opción de consumo. Ahorrar energía no es sólo ahorrar gasto sino disminuir los coeficientes de contaminación del planeta.
Las pautas de austeridad no se reducen al ámbito directo del consumo de energía, sino también al del ahorro del disfrute de bienes de escasa utilización que prestan poco servicio y se almacenan para una eventualidad, si ponderar que en la producción de esos elementos se invierte una cantidad de energía que se puede ahorrar.
Austeridad en el gasto que no supone detener el consumo sino racionalizarlo, interiorizando la influencia que nuestro comportamiento tiene respecto a la solidaridad debida con nuestros semejantes. Despilfarrar energía debería remover la conciencia para contemplar a las inmensas masas de personas que aún no gozan de servicios elementales por inaccesibilidad a los recursos de producción. Si todo el mundo consumiera energía en el mismo porcentaje que la sociedad del bienestar, la atmósfera sería irrespirable y las consecuencias sobre el medio ambiente imposibles de evaluar. Al menos por respeto y solidaridad con nuestros semejantes todos deberíamos repetir en nuestro interior: la energía que menos contamina es la que no se gasta y así optar, desde la pequeña pero eficaz capacidad de cada uno, a favorecer el gasto sostenible.