PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 14                                                                                                      MAYO-JUNIO  2004
página 4
 
 

ABORTO

 
El desencuentro entre las distintas posturas sociales frente al aborto hace que el mismo se utilice de bandera política de posiciones más o menos progresistas sin que se ahonde  en los fundamentos morales y éticos que ayuden a consolidar la autoridad de una posición.
El misterio de la vida parece alcanzar tal grado de trascendencia que supera la racionalidad del hombre, quien siglo tras siglo, a pesar del desarrollo cultural, parece que permanece asombrado ante una realidad que le supera. La esencia del sentido de persona y vida es el referente más adecuado para el juicio sobre el aborto, pero en las distintas ideologías se manifiestan las más ingenuas paradojas.
Todas las corrientes de pensamiento materialistas, aquellas que defienden al ser humano como una única sustancia material sabiamente ordenada, suelen coincidir en la permisividad del aborto sin ahondar en qué pueden sostener esa postura que distingue a los seres humanos en razón de su tiempo o tamaño de desarrollo. Si se sostiene la unicidad de sustancia, sólo materia, no se puede realizar una distinción real entre el embrión, el niño, la persona madura, el anciano, distinta de la de experiencia de vida, pues si no se admite una sustancia entitativamente distinta que inhiera en el ser humano, la continuidad del proceso de desarrollo es único desde el embrión hasta la putrefacción. Juzgado de este modo el derecho a la vida sería un derecho adquirido por la fuerza existencial independientemente de la naturaleza del ser, y por tanto discriminatorio dentro del género humano.
La defensa del derecho personal a la vida de quienes postulan una unión sustancial de cuerpo y alma, materia y espíritu, presenta también una argumentación indefinida sobre la moralidad del aborto, por la restricción que sus planteamientos traslucen acerca del modo en que ambas sustancias se unen. El axioma de que ya en el momento de la fecundación se unen las dos sustancias no deja de ser un axioma filosóficamente muy débil, pues de la naturaleza espiritual no se puede predicar sino por sus efectos como causa eficiente y ello no se produce más que en el ejercicio de la libertad. Defender que la unión sustancial del ser humano se sostiene en la linealidad de su desarrollo material es conferir al alma una dependencia del cuerpo impropia de su entidad inmaterial. La necesidad de la creación de cada alma, por ser de naturaleza espiritual distinta de la propia material con la que se reproduce y procrea el ser humano, precisa una causalidad eficiente de igual o superior naturaleza espiritual, y ese acto no tiene necesariamente que predicarse simultáneo a la concepción. La animación del cuerpo humano podría producirse en cualquier momento anterior a su manifestación intelectual. Para poder predicar sin posibilidad de error el instante de la animación habría que recurrir a la revelación por parte del creador, en lo que las doctrinas teológicas no mantienen una contundencia argumental.
De lo anterior se deriva la dificultad para muchos moralistas de equiparar el aborto al asesinato contra la persona humana.
Las paradojas argumentales de materialistas y trascendentalistas dificultan en mucho la unicidad de la doctrina jurídica, que en muchos casos obvia el derecho del muevo ser, por su indefinición personal, para hacer prevalecer los posibles derechos de las personas jurídicas respecto a la voluntariedad de los actos vinculados a su corporalidad.
Si bien la ciencia jurídica respecto a la moral puede presentar las restricciones pertinentes, la ética no entra en conflicto, pues siendo esta disciplina gobernada por la valoración del bien la defensa de la vida y la condena del aborto no queda al arbitrio voluntario subjetivo, pues se exige a toda persona en cualquier disyuntiva la elección objetiva del bien según la naturaleza, siendo en el caso del ser concebido no nacido su viabilidad según la naturaleza un acto eminentemente mejor que su cercenación. Éticamente sólo se sostiene argumentar que el mal para la madre y sus otras personas dependientes sea mayor que el bien de una mueva vida, o que por las malformaciones congénitas alguien valore como mayor el mal existencial que pudiera seguirse a la vida del nasciturus.
Evidenciada la dificultad social para la contundencia de una posición, podría imponerse, sobre los que consideran la condena como método de represión de la culpabilidad legal, el camino emprendido por quienes inciden en la preeminencia de la difusión del valor de la defensa de la vida como una realidad cultural vinculada a la ética de la asunción de responsabilidades subjetiva de toda persona.