PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 14                                                                                                      MAYO-JUNIO  2004
página 5
 
 

FILOSOFÍA Y CIENCIA

 
En los últimos siglos el pensamiento global se ha presentado escindido por quienes consideraban antagonistas el saber científico y el saber filosófico. Ello quizá debido a la continua trasgresión que de las conclusiones de uno y otro saber se pretendía dictar sobre el contrario. La necesidad de cerrar esa confrontación es acuciante para quienes sinceramente buscan penetrar en la sabiduría del conocimiento de la verdad.
El quicio esencial de todas las ciencias, ya sean especulativas, empíricas o lógicas, es el conocimiento de las leyes de la realidad ya sean fenoménicas u ontológicas.
Al estudio de las ciencias aplicadas le corresponde el saber que se sigue de la investigación sobre las causas-efectos de los fenómenos de la naturaleza. Es un saber progresivamente cierto y abierto a la perfección, pues toda comprobación fenoménica está siempre abierta a la más información que de los nuevos experimentos se pudiera deducir. Es un saber que va del efecto a la causa, de la comprobación particular a la general. De la reiteración de la apreciación de una verdad singular, se avanza a la generalización de la misma para todos los casos que presentan la misma estructura de realidad, comprobando progresivamente la tesis propuesta por la verificación de la misma con todos los casos posibles, de modo que alcance la magnitud de ley cuando se pueda asegurar: a todo A corresponde B.
Constituye el saber filosófico aquel cuyo objeto es conocer todas las cosas por sus primeras y más radicales causas. Para ello el entendimiento humano se eleva al análisis reflexivo sobre las esencias de las cosas. Descubrir lo que cada cosa es, y no cómo se manifiesta, es el objeto de este saber, que por su grado de abstracción y elevación sobre las apariencias sensibles es desdeñado por quienes sólo contemplan la materialidad de la existencia.
La confluencia de ambos saberes se alcanza en que toda ciencia tiene por objeto la verdad de la realidad, y por ello las conclusiones de todas ellas han de presentarse coherentes. Este principio elemental es el que debe iluminar toda sabiduría y armonizar el saber según el orden que estructura toda la realidad.
La separación de objetos y métodos de las distintas ciencias no puede ser utilizada como arma arrojadiza de prioridad de valor de las conclusiones, pues la humildad que la limitación de la mente humana proporciona debería conducir a científicos y filósofos a permanecer receptivos a cuanto desde cualquier otro campo de la investigación pudiera proporcionárseles como ayuda.
La filosofía presta, de su profundización en las esencias, el rigor para iluminar la prudencia del científico en acotar los límites de sus descubrimientos a las pruebas concluyentes realmente vinculadas a las causas experimentadas.
La ciencia aplicada ayuda al filósofo para penetrar en la verdad de las esencias sabiendo que la naturaleza de las mismas no puede albergar contradicción entre el obrar que sigue a su forma de ser.
Aun en cuanto la filosofía pueda considerar su saber inapelable en la consideración de las sustancias espirituales, inaccesibles a la experimentación material, lo cierto es que en su proyección material, que integra el mundo vital del hombre, la manifestación conforma unos rasgos de naturaleza que se constituyen como tales en objeto científico. Es ahí, donde no cabe contradicción de realidades, el lugar para el apoyo de todos los saberes en un único anhelo de conocer la verdad.