TERRORISMO
El difícil desapasionamiento ante la barbarie del terrorismo no exime que quienes tienen depositadas responsabilidades de liderazgo en el mundo hayan de racionalizar las causas para que sea la cordura de la justicia y no la más violencia de la venganza la que propicie la consolidación de la paz.
Sean cuáles sean las causas, que pueden moralmente tener su raíz en una situación de injusticia, el terrorismo no es nunca lícito pues, además de incidir directamente sobre quienes posiblemente no tienen culpa directa en la generación de las situaciones de injusticia, supone una escalada cualitativa en la generación de la violencia de la que sólo se puede seguir más violencia y nunca la paz que es el ámbito más propicio para superar las injusticias.
Por más que el terrorismo sea absoluta y universalmente condenable, no puede perderse de vista que la lucha para su erradicación no debe constituirse en la razón de su proliferación. Si la violencia terrorista no genera más que más violencia, la represión del mismo con métodos violentos al margen de la ley no genera también más que más violencia.
La necesidad de la lucha mundial contra esta nueva forma de desestabilización de la paz para que realmente sea eficaz ha de constituirse sobre premisas como:
1. Unidad internacional de acción.
2. La efectiva actuación dentro del marco del derecho internacional.
3. La aplicación incisiva sobre los responsables y no sobre poblaciones inocentes.
4. La aplicación de la ley según el legítimo ordenamiento legal del estado agredido.
Con ser urgente la actuación en contra de quienes siembran el terror como arma de reivindicación política, no deja de ser también importante la responsabilidad internacional para el análisis de las causas que motivan los fundamentos ideológicos del terrorismo, pues de la toma en consideración de las posibles injusticias sociales que pudieran estar en la raíz de esta forma de rebeldía y violencia se podría deducir medidas correctoras en el orden mundial que promovieran la estabilidad de la paz.
Analizado desde un punto estrictamente militar, el terrorismo supone una forma de lucha que se genera ante la desigualdad de fuerzas contendientes. La imposibilidad de la respuesta frontal el poderío armamentístico genera la lucha esporádica que se dirige a minar el ánimo de la fuerza dominante mediante el golpe asestado en la retaguardia. Su origen remoto está en las acciones de los bárbaros contra el Imperio Romano y en la modernidad en la lucha de guerrillas de las tropas españolas contra la invasión napoleónica. La gran diferencia es que, mientras en la guerra de independencia la guerrilla seleccionaba objetivos estratégicos militares, el nuevo terrorismo contemporáneo selecciona como objetivo la población civil.
El antecedente de atacar la población civil, que durante siglos se consideró indigno de los combatientes salvo en lo que concernía al saqueo del botín, se generalizó, siguiendo el ejemplo del bombardeo franquista de la ciudad de Guernika, como arma letal de los combatientes de
La segunda guerra mundial. ¿A quién le puede caber duda que los bombardeos sobre las poblaciones de las grandes capitales europeas y sobre Hiroshima y Nagasaky no pueden ser calificados como verdaderos actos de terrorismo de estado?
Una reflexión del último foro de Ginebra sobre terrorismo concluía acerca de que la causa remota hay que buscarla en las situaciones de injusticia. El terrorismo local generaría grupos que se autojustificarían en las situaciones de injusticia local y el terrorismo internacional en la desigualdad de derecho generado por el imperialismo.
Aunque es evidente que nada puede justificar la acción terrorista, no por ello el orden internacional debe dejar de hacer examen para evaluar los desajustes sociales que pueden incidir en la decantación por la lucha armada de muchos grupos marginales de la sociedad que se constituyen al tiempo en caldo de cultivo de las más diversas ideologías reivindicativas.
A la presión del imperialismo por imponer sus intereses, los grupos de oposición se radicalizan en bandas operativas que pronto degeneran en proscritos cuyo medio de subsistencia es el terror. Mientras se den situaciones mundiales de injusticia en la administración del poder, en el reparto de la riqueza, en el control del comercio, habrá base para que grupos ideológicos se sitúen al margen del sistema y reivindiquen un mundo más justo. La ausencia de reflexión sobre la erradicación de las causas por parte de los países dominantes es un flaco servicio para quines sostienen que la lucha contra la generación del terrorismo exige la consolidación universal de foros pacíficos de diálogo y organismos internacionales auténticamente democráticos que auspicien las esperanzas de hacer valer los derechos de todos los pueblos con igual oportunidad.
Quienes piensan terminar con el terrorismo por la acción armada, podrán vencer la batalla de cada jornada pero, en la medida que exista tensión generada por la injusticia internacional derivada de la imposición de intereses por los estados que detentan el poder, no habrán ganado una guerra que, o se ataca también pacíficamente a su raíz, o puede que en un futuro extienda incontrolable su acción.