LA INDIVIDUALIDAD SOCIAL
Vivir rodeados de gente, la mayor parte de ellas totalmente desconocidas, configura a la sociedad en el aspecto de masa que tantos filósofos denunciaron como el mal del siglo XX.
En la sociedad rural casi todos los vecinos se conocían; en la vida urbana de hasta la primera gran guerra, las familias por su extensión proporcionaban un nexo para una gran mayoría de habitantes; las ciudades, incluso, mientras no alcanzaron dimensiones desorbitadas no se convirtieron en medio de aislamiento. Sólo a partir de las grandes concentraciones urbanas y el recorte de la natalidad se aprecia el fomento del individualismo social en paradójico contraste con la masa de población que se aprieta en las ciudades.
No se sabe bien si el éxito de los medios domésticos de ocio es quien ha potenciado el aislamiento familiar o si es esta tendencia a una cierta reclusión la que ha fomentado el consumo de con qué ocupar el tiempo.
Individuo y masa no se oponen sino que sostienen una relación de conjunto en la que la masa engloba a los individuos. La masa es masa y no grupo porque engloba individualidades.
La distinción entre individuo y persona se presenta fundamental para el análisis del fenómeno de masas en la sociedad. La persona exige la individuación, la unidad, la singularidad, pero la persona lo es porque a sí misma se considera racionalizada como ser humano. Su característica esencial es la libertad con que asume su condición social. La persona en virtud de su racionalidad se encuentra en la mejor disposición para proyectar la construcción del grupo de modo activo. Es un ente operativo de la célula social en sus distintas facetas de trabajo, familia, cultura...
El ciudadano que permanece en la condición de individuo lo es en cuanto parte o elemento de una estructura que le es ajena, que no construye, en la que participa por la inercia de la subsistencia. Se educa, trabaja, goza, procrea, se gasta según el entorno que le toca vivir, cuyas directrices apenas si cuestiona en el particular.
La calidad de la personalidad social no es consecuencia directa del entorno, pero el individualismo se exonera de algunas responsabilidades y en el relativo anonimato que confiere la manifestación del acomodo a lo propio se hace más patente. La conciencia de grupo exige más participación pues sin la aportación colectiva el grupo desaparece como entidad de relación. Cuando la familia como grupo natural se reduce, si el ciudadano no se integra en otros grupos sociales activos tiene el peligro de ver languidecer su personalidad social ajustándose a los modos que le marca el ambiente.
La manifestación no es ajena a la trascendencia de la vida política, pues la docilidad a las intenciones de los poderes públicos y los grupos de presión se multiplica cuando la personalidad de los ciudadanos se diluye en la impersonalidad del individualismo. Por eso, las sociedades más libres son las más participadas, las que promueven y generan grupos que animen la participación en la vida social, y cada uno de esos grupos tiene vida según la vitalidad de la participación de sus miembros.