DIÁLOGOS
Para entenderse hay que conocerse. Esa antigua sentencia resume una de las necesidades más apremiantes del mundo. La eficacia de la técnica que ha permitido la puesta en contacto de los más lejanos pueblos supone una apertura de cada pueblo al mundo exterior, pero ¿realmente queremos conocer y admitir a los demás como son?
La historia de las conquistas y los colonialismos nos ha legado un manual de que las relaciones en la humanidad se han movido más por el espíritu de dominio que de respeto; la imposición de la razón social se derivaba de la contundencia de la fuerza.
Aunque en el siglo XX se haya progresado en la mentalidad universal de la condena del colonialismo, aún queda mucho que mejorar en lo que al respeto entre los pueblos compete. Sobre el diplomático compromiso entre estados, el auténtico acercamiento a la tolerancia proviene de la apertura de mentalidad de pueblos y comunidades para comprender y aceptar la diversidad cultural como un factor de riqueza.
El Foro de las Culturas que en estas fechas se está desarrollando en Barcelona es una muestra de la posibilidad de progresar mediante el diálogo en conocerse para entenderse. La pretensión de poner en contacto directamente a los pueblos se alienta con la impronta de fomentar el diálogo entre la diversidad de las comunidades, ejemplo de lo que debería ser de ordinario la vida social.
Convivir no supone necesariamente aceptarse, pero para construir una sociedad estable en la paz y la justicia se hace preciso entenderse. Dividir el mundo en comunidades y guetos es estancar el progreso social que abandera la democracia surgida tras las guerras del pasado siglo. Un nuevo orden internacional no puede sino asentarse en un mayor conocimiento, tolerancia y cooperación entre todos los ciudadanos del mundo.
La necesidad del diálogo directo entre los pueblos, entre las ideologías, entre las religiones, entre todas las culturas, es mucho más urgente que el compromiso de diálogo oficial en los organismos internacionales, por la simple razón de que los planteamientos de los responsables gubernamentales siempre están condicionados por la defensa de intereses de nación o partido. Ese equilibrio político entre los poderes es algo distinto de la necesidad de la tolerancia social para que los hombres se respeten como personas.
Diálogo supone apertura de mente para exponer y escuchar puntos de vista sobre las muy variadas circunstancias de vida y muy diversos enfoques de la realidad aportados desde la experiencia de las distintas culturas.
El objetivo personal de quien se orienta al diálogo ha de ser profundizar en el conocimiento de la verdad, lo que exige una auténtica justificación de sus ideales más profundos. El enriquecimiento personal que se sigue de conocer otras culturas, expresadas en el sentir directo de sus gentes no tiene necesariamente que producir una crisis de las anteriores convecciones, sino, más bien, una catarsis para enjuiciar los contenidos de verdad que realmente se ajustan a valores inherentes a la condición natural del ser humano.
Los foros suponen un movimiento de animación, un toque a la conciencia de la población de los diversos pueblos para que por encima de las creencias particulares se proyecte una perspectiva de comprensión en que, en lo fundamental para la convivencia, todos podemos alcanzar acuerdos suficientes sostenidos en los comunes sentimientos que compartimos todos los seres humanos.
No podemos olvidar cómo por encima de la estrategia de paz de los estados la misma no es efectiva sin la comprensión y el entendimiento de las comunidades.
La oportunidad democrática de construir la política desde el pueblo no debe ser vana. Nunca más se hace tan urgente el diálogo entre las personas para desde todas las bases exigir que sea la justa concertación de disciplina que resuelva la conflictividad. El hábito del diálogo y la flexibilidad del ideal son los ajustes que precisa la conciencia universal para decantarse hacia la paz.