PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 16                                                                                                      SEPTIEMBRE-OCTUBRE  2004
página 5
 
 

VIOLENCIA Y AUTODETERMINACIÓN

 
El complejo tándem, del que la historia ha dejado muchos ejemplos, del ejercicio de la violencia para conseguir la autodeterminación choca de frente con la nueva concepción democrática de que la soberanía reside en el pueblo.
Cuando el poder lo detentaba una aristocracia minoritaria, política o religiosa, o respondía a un imperialismo colonial, la opción al derecho de autodeterminación de un espacio social no podía lograrse sin violencia, porque el pueblo privado de libertad no alcanzaba para el estamento dominante la condición de sujeto político.
Con el retorno de la filosofía social hacia el valor personal del ciudadano y la trascendencia de su capacidad decisoria para todo lo que le afecte en la construcción de su entorno político, el recurso a la violencia debería quedar marginado pues su estructura sólo refleja la incapacidad constructiva de sus protagonistas.
El fundamento filosófico del sistema democrático está en el reconocimiento de la libertad individual como el patrimonio más íntimo de la persona humana. La libertad se fundamenta en la inmaterialidad del alma humana, lo que la identifica como un acto creativo no predeterminado por el entorno. La libertad del hombre es su esencia más íntima y sus límites sólo se enmarcan en el respeto debido a la naturaleza, cuya mayor restricción es el respeto a la libertad de la persona ajena.
La autodeterminación de un grupo social, por tanto no corresponde sino a la voluntad de ejercicio de sus ciudadanos, que en uso del derecho de su libertad conjugan mutuamente sus decisiones en el respeto mutuo para un objetivo común.
La expresión propia de la libertad reclama toda exclusión a la violencia, pues la misma es la expresión de la vulneración de la libertad ajena. Quien recurre a la violencia automáticamente se constituye como detentador de un poder capaz de atentar contra la libertad, lo que le sitúa automáticamente fuera del sistema de respeto democrático. La libertad como expresión trascendente de la persona humana exige actuar reconociendo y salvaguardando esa esencia en todo el colectivo humano. Cuando se niega la libertad en cualquier otro individuo, se niega la vigencia misma de la libertad por la participación de los seres humanos en una misma naturaleza.
La defensa, por tanto, de la más genuina esencia democrática reconoce el derecho de autodeterminación de los pueblos en virtud del reconocimiento implícito del poder decisorio personal que se deriva de la libertad individual. Lo que un grupo es y cómo quiere configurarse es algo que compete a sus integrantes sin otras limitaciones que el respeto a la  legitimidad de los derechos fundamentales de las minorías y la buena convivencia con el resto de comunidades.
La autodeterminación no debe confundirse con la autarquía. La construcción de un entorno social determinado según una sustancialidad del derecho no niega la necesaria vigencia de una responsabilidad universal a la equidad de desarrollo de todas las gentes, el respeto a la libertad de movilidad y al servicio global de los bienes mediante la protección del libre comercio y la condena de la especulación.
Ejercer el derecho a la autodeterminación en base a la genuina libertad del ser humano es, por tanto, una declaración universal de libertad que condiciona la permeabilidad de que las apropias fronteras y formas políticas no menoscaben la libertad del resto de los hombres. Ahí surge el mayor escollo por el que en la actualidad las formas políticas se resisten a la autodeterminación. Mientras el complejo de intereses propios interprete la democracia según un sentido de determinaciones, sólo queda profundizar más y más en la cultura humana y asumir plenamente su realidad trascendental.