DESCALIFICAR
Las tendencias de la crítica sociológica cambian con los tiempos, como las modas. Se perfilan más o menos intelectuales, burdas, refinadas, tolerantes, según interese a los modos y a las formas de difusión.
En los nuevos tiempos, en que el dominio de los medios audiovisuales imponen la ley de la sensación, de la imagen y la voz que penetra al ciudadano, la crítica, en especial la política, ha optado por el recurso de la descalificación.
El planteamiento de objetivos se centra en presentar a la persona, estamento, institución o grupo que se quiere criticar como un sujeto incapaz. La descalificación trata de evadir entrar en la valoración de los hechos y del riguroso examen y juicio de los mismos, para obtener una sentencia global que se traslada a la opinión pública como el resultado de un juicio, cuando no corresponde más que a una sentencia apriorística. La complicidad se tiene en que una gran mayoría del pueblo rehusa el trabajo de la auténtica información, por el simple hecho de dar por buenas las palabras de los políticos afines.
Esta tendencia a la descalificación global supone un auténtico cáncer para el sistema democrático, porque éste se sostiene sobre la irradiación del equilibrio de aciertos, que vengan de donde vengan suponen la permanente consolidación del progreso. La tendencia a descalificar supone el proceso de anulación de la personalidad contraria, lo que permite la imposición de las propias ideas como las únicas aceptables y posibles.
La ética de la razón se construye sobre la evidencia de que nadie tiene el monopolio de la verdad y, muy posiblemente, como situación refleja, ninguna ideología se sustenta en el error absoluto, pues difícilmente se podría entender que una parte de la ciudadanía la siguiera.
La crítica, por tanto, debe construirse sobre el juicio práctico de los contenidos de las ideas, de la trascendencia de las actuaciones, en función de la reflexión y posterior justificación de los errores y aciertos, de la incidencia positiva o negativa sobre las personas, acerca de la restricción o respeto a la libertad y demás derechos naturales.
Enjuiciar debe ser siempre el resultado de un cierto desapasionamiento visceral y de un apasionamiento intelectual. Justo lo contrario de lo que es la descalificación, donde el arbitrio del amor propio suele imponerse sobre el ponderar.
La actitud de la descalificación debe marcar más, a los ojos del ciudadano sensato, a quien la ejerce que contra quien se ejerce. Esa forma de pretender anular el contrario por la simple formulación de un lugar común la mayor parte de las veces responde a la carencia de verdaderas razones sobre las cuales apoyar la argumentación de la crítica.
No sólo los actos políticos pueden ser muy variados según correspondan al enfoque que se dan, sino que además son decisiones o planteamientos puntuales o circunstanciales dentro de un todo mucho más trascendente. Pretender descalificar la actuación global, e incluso el acerbo histórico, de una institución por determinadas decisiones de sus representantes es un error social de primera magnitud, porque el bien que se aporta a la construcción social no puede ser liquidado con la simplicidad de quien sólo atiende a cada acto como una definición global y absoluta de cada grupo.
El progreso de la armonía social es uno de los más difíciles proyectos humanos, pero también es el más relevante. Para ello es necesario la aportación de muchas ideas, enjuiciar el resultado de muchos ensayos, conciliar muchas posturas. Si la sociología fuera una ciencia perfecta, sus tesis serían irrefutables y el sistema social inenjuiciable. Pero la sociedad es el entretejido de tantas relaciones que necesariamente se produce el cruce de intereses entre sus actores. Trabajar por una crítica constructiva, que mejore las perspectivas de justicia y progreso, necesita referentes éticos que, por encima de las personas, objetiven los aciertos y errores sobre los auténticos valores sociales.