PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 16                                                                                                      SEPTIEMBRE-OCTUBRE  2004
página 7
 
 

ESPÍRITU OLÍMPICO

 
Qué es el espíritu olímpico es algo que, si existe, parece relegado de la apariencia con que el mundo moderno monta las Olimpiadas.
Cuando se especula sobre lo que para la nueva sociedad representa el espíritu olímpico, existen varias vertientes sobre las que se puede profundizar.
La primera quizá sea la convergencia de las repúblicas en torno a la competición deportiva. El ejemplo de la antigua Grecia quizá no constituya un valor a imitar en lo que, según muchos historiadores, la competición se constituía como un enfrentamiento para dirimir rivalidades por la imposición en los juegos. De aquel espíritu la nueva sociedad debe fijar la idea de convergencia en torno al deporte, como actividad cultural, para favorecer el diálogo entre los pueblos, y olvidar el espíritu de hegemonía estatal.
El espíritu olímpico debe orientarse a revalorizar el deporte como valor en sí. El deporte exige la competición como su elemento vital de superación, pero la confrontación no debe trasladarse desde la cancha al ámbito de la propaganda política.
Lo más importante del influjo del espíritu olímpico sobre la sociedad debe ser la difusión de la bondad del deporte como forma de desarrollo de un buen paquete de virtudes humanas. La confraternización del espíritu de equipo y la superación personal en el esfuerzo por conseguir una meta representa lo mejor del legado olímpico. Inculcar ese espíritu en la sociedad está mucho más relacionado con la idea de participación que de la de victoria.
Aunque la imagen del triunfo representa, sin duda, un impulso de emulación para cualquier deportista, es absolutamente necesario para no enterrar el espíritu olímpico no trascender como derrota el no alcanzar subir al podio.
Que una nación cultive el espíritu olímpico se debe reflejar no tanto en que ocupa un lagar destacado del medallero, sino en una representación masculina y femenina amplia en los muy distintos deportes. El que en cada federación se consiga un nivel muy alto para la preselección olímpica y el que haya bastantes finalistas dice más en favor del espíritu deportivo desarrollado por un estado que el que contados y muy cuidados atletas consigan flashear su bandera sobre el mástil de los vencedores.
Hacer de las olimpiadas un escaparate de poder, ya sea en lo que a las estructuras se refiere, como a invertir los recursos propios del deporte de un estado para crear estrellas atléticas en detrimento de la promoción general, aboca en promover expectativas que en realidad están negando lo que de genuino durante muchos años defendió el Comité Olímpico en favor del deporte por afición.
La noción del espíritu olímpico corre pareja en los últimos años al juego limpio. La plaga del doping en el deporte profesional, por los enormes intereses que se ponen en juego, ha contagiado el deporte olímpico cuando éste ha optado por el espectáculo y el negocio. Todas las federaciones se debaten entre consentir para prosperar y la ética que debiera constituir a los mismos deportistas como los máximos jueces en propugnar la erradicación total y absoluta del dopaje. Es evidente que si el espíritu del juego limpio se estableciera desde el  control de las propias federaciones se atajaría el pésimo mensaje que las olimpiadas ofrecen cada vez que un escándalo de dopaje sale a la luz.
Del espíritu olímpico debería también esperarse una cierta sobriedad que hiciera de puente entre los deportistas de los países superdesarrollados y de aquellos, muchos más, que se esfuerzan en sobrevivir. El mensaje de amistad de los juegos, además de revivir la tregua de la paz de sus antepasados, podría empeñarse en constituirse en un puente de respeto hacia los menos desarrollados asumiendo un cierto clima de sobriedad en el gasto del ornato más allá de lo que realmente exija la buena organización deportiva de los eventos.
El renovado espíritu olímpico es algo que la sociedad materializada de nuestros días necesita. El mismo, por encima del espectáculo, debe calar en los ciudadanos para valorar el espíritu de superación, el ejercicio de equipo y, sobre todo, que el deporte no es un fin en la vida sino un medio para favorecer el bienestar de la persona en la dura tarea de realizar sus objetivos.