LA BURLA DE DIOS
Con la perspectiva de los años se puede comprobar que uno de los efectos del racionalismo filosófico en su crítica a la dogmatización de las ideas ha sido el localizar el espacio propio que a la vida espiritual corresponde y a la presencia de Dios en el hombre en el ámbito personal desde las relaciones que le son propias.
La distinción entre el gobierno del mundo trascendente vinculado a la Creación y el gobierno del mundo en lo que concierne a las relaciones humanas constituyen la esencia de la distinción entre la esfera de lo necesario y lo contingente. La naturaleza creada perpetúa la ley divina, mientras que la sociedad se construye de acuerdo a las pautas de libertad de la persona humana.
El hombre como sujeto animado puede conocer y tratar a Dios por la identidad espiritual específica de su alma y ello le constituye en un ser religioso. De su experiencia religiosa podrá modelar sus hábitos e incluso estructurar sus juicios, pero como fruto de una relación espiritual personal constituirán únicamente el acervo de su propia conciencia.
La construcción de la sociedad se fundamenta en una libre concurrencia de seres racionales que establecen entre sí relaciones destinadas al mutuo beneficio. La sociedad no es, por tanto, una determinación necesaria del ámbito universal, sino una constitución relacional entre seres dotados para realizarla.
La sociedad se administra por la ley convenida entre sus partícipes que responde a la libertad de sus miembros para establecerla. En la medida que los sujetos de la sociedad se manifiestan libremente la ley alcanzará legitimidad. El que consiga su objetivo de prestar un eficaz servicio a la comunidad dependerá en mucho del acierto de los ciudadanos en su formulación.
En los límites propios del respeto a la libertad ajena que exige toda interpretación moral de la participación social, el hombre religioso aportará según sus conciencia las opiniones que juzgue más apropiadas para el buen orden de la colectividad, las cuales, en función de su coherencia, servirán para convencer o no a sus conciudadanos de la conveniencia de las mismas.
Dado que el reducto último de la conciencia de cada cual es inescrutable, es evidente que las ideas habrán de imponerse por su persuasión sobre las mayorías. El fundamento de libertad del hombre le constituye inviolable a la imposición, y sólo en el orden de la conjugación mutua de esa libertad se considera la pertinencia de la opinión de las mayorías.
Si nadie puede arrogarse el derecho de imponer su criterio, tampoco lo puede ejercer el hombre que pretende justificar su posición de verdad o dominio en virtud de la referencia a una convicción de origen religioso. De su experiencia religiosa personal no puede trascender una norma socialmente vinculante, entre otras razones, porque debido a la naturaleza espiritual de la relación religiosa nadie puede garantizar la veracidad de la idea.
La distinción entre los órdenes morales y legítimamente legales de la sociedad deberían hacer reflexionar en los dos sentidos contrapuestos que con frecuencia se suscitan en relación al influjo de la religión sobre la sociedad. El primero de ellos es la pretensión de aquellos que fundamentan que el orden social debe construirse al dictado de los preceptos religiosos como única verdad objetiva relevante, sin considerar que la esencia de la libertad humana es el principal respeto de cualquier determinación del orden sobrenatural.
Querer presentarse como el intérprete de la verdad religiosa o invocar el nombre de Dios para hacer prevalecer las ideas personales se constituye en la más radical burla de dios que ha creado al hombre a su semejanza libre, creativo y responsable. El ámbito de la justificación religiosa de las propias decisiones debe evacuarse en la propia conciencia, sin pretender utilizar a Dios como arma arrojadiza entre los ciudadanos.
El segundo aspecto a tener en consideración respeto al influjo religioso en la sociedad es el respeto de opinión de cualquier individuo aunque su identificación con un determinado credo religioso sea manifiesta. La religión, como cualquier otro ámbito intelectivo, puede ser muy valioso a la hora de justificar la tendencia decisoria de una persona. Al fin toda la valoración del orden social responde a las más profundas conveniencias y convicciones, y en la medida que la moralidad prevalece se ordenan las primeras a las segundas.