PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 17                                                                                                      NOVIEMBRE-DICIEMBRE  2004
página 5
 
 

UNA LENGUA UNIVERSAL

 
Cuando uno alcanza ya muchos años estudiando y contemplando las aventuras del quehacer de los humanos que nos relata la historia, no tiene por menos de percatarse que el hombre es el animal que vez tras vez cae en los mismos errores sin que apenas parezca que aprende las lecciones de sus desaciertos.
Mientras en el dominio de la ciencia y de la técnica se eleva sobre el saber consolidado de las anteriores generaciones, en lo que se refiere a conjugar los grupos sociales en armonía apenas se aprecia progreso, encontrando en el siglo XX la misma inestabilidad social que en los albores de nuestra era.
La primacía de los imperios, que una y otra vez aparentaban que iban a ser la estructura definitiva de la ordenación social universal, se vencieron como consecuencia de la continuidad de las guerras necesarias para hacer prevalecer su dominio. Persas, romanos, la Europa del Renacimiento pagaron el inmenso tributo de su dependencia económica y social a las armas. Los imperios, cuya semántica refiere a la determinación de imponer un sistema cuasi universal de concebir la vida social, ha dejado el legado histórica de su fracaso final, tras cuya caída parece que se produjera un retroceso cultural proporcional al progreso previamente logrado.
Una de las influencias que la historia nos trasparenta de los influjos imperiales es la transmisión e imposición de una misma lengua al servicio del desarrollo armónico sobre los pueblos dominados. La pretendida socialización universal que asume como objetivo la idea colonialista del imperio precisa de un vehículo común de comprensión y entendimiento y ello no puede lograrse sino sobre la determinación de compartir una misma lengua.
En ese inmenso cajón de ideas históricas que es la Biblia se presenta figurada la idea imperial en la construcción de la torre de Babel, cuyo objetivo se explica inconcluso por la dispersión de la lengua que hizo inviable la puesta en común del esfuerzo de concurrencia de muy diversos pueblos. El gran proyecto del progreso universal -viene a concluir como enseñanza el libro- no está tan limitado en sí por la técnica con que el hombre puede dominar la naturaleza como en la concordia y el progreso intelectual derivado de la puesta en común de los conocimientos.
La historia nos enseña que la puesta en común de la habilidad mental del lenguaje por la armonía de signos, lo que constituye una lengua, ha sido el vehículo fundamental para el desarrollo intelectual de una comunidad. Los individuos que comparten una comunidad participan del progreso porque se relacionan en un mismo sistema de signos y significados, que en el caso humano se construye sobre una doble articulación que lo convierte en ilimitado y creativo. Sólo quien tiene acceso a interpretar esa lengua está capacitado para sumir y compartir el desarrollo cultural de esa civilización.
Esa enseñanza histórica de que la cultura universal exige una lengua universal no sería plena sin la advertencia que nos ha legado de que una lengua por el uso se trasforma o desvirtúa, y así una lengua territorialmente muy extendida progresivamente va dando origen a nuevas formas dialectales que con el paso del tiempo se convierten en lenguas propias incapaces de permitir la directa comunicación en el ámbito anterior. El ejemplo del indeupeo o el latín es bien patente. Las lenguas romances emanadas del latín por la evolución popular de su uso al cabo de unos siglos sustituyeron a la lengua madre como vehículo de comunicación de los propios territorios pero al tiempo generaron la incomunicación entre los diversos pueblos del antiguo imperio.
Hablar de una lengua universal para facilitar el trabajo en común de todos los pueblos exige que la  misma sea una lengua culta que se estudia según una única gramática como una segunda lengua conservando cada comunidad en el luso habitual su lengua madre que será la que sufra una mayor trasformación por el efecto de la evolución que padece toda lengua cotidiana. Así lo concibieron las universidades medievales recurriendo al latín clásico como lengua internacional de la cultura que les permitió no sólo la fácil lectura de los clásicos sino también el entendimiento entre los profesores de las muchas universidades europeas.
Con el desplazamiento del latín por las lenguas nacionales se creó nuevamente ese vacío en la comunicación que sólo se palió con el recurso a la poliglotía. El intento por construir una nueva lengua que sustituyera la función del desaparecido latín se fraguó en el diseño en el siglo XIX del esperanto, lengua que apenas adquirió repercusión muy posiblemente porque su estructura pujaba con el desarrollo que había alcanzado el inglés desde su expansión por los imperios de ultramar.
No cabe duda de que desde la segunda gran guerra del siglo pasado se ha impuesto el inglés como la lengua internacional del comercio, la ciencia y la técnica. Para que su vigencia sea realmente eficaz en el futuro se hace imprescindible que se potencia el uso de las lenguas vernáculas. La falaz economía de reducir el aprendizaje y el uso del lenguaje de acuerdo a un único patrón universal  produciría un efecto de rentabilidad a corto plazo pero a la larga, con la desviación de toda lengua de su patrón por el uso, volvería la humanidad a caer en el viejo error histórico.
Lo más adecuado, por tanto, parece que es el mantener las lenguas domésticas lo más ceñidas al grupo social que las practica, y aprender la segunda lengua en un contexto de lengua cultural, con la exigencia de la comprensión y el respeto a su gramática más genuina, pera que en la medida de lo posible sólo se altere por el enriqueciendo de los nuevos léxicos que el progreso aporta y no por la jerga coloquial.
La contaminación de un lengua es imposible de controlar, pero siempre que se oriente su uso al ámbito de lo jurídico, técnico y comercial, y sea aprendida internacionalmente como lengua culta y no materna es cómo mejor se garantizará la estabilidad de su vigencia.
Desde esta perspectiva de favorecer una lengua universal estable habría que cuestionarse si las políticas culturales de algunos estado que pretenden arrinconar las lenguas indígenas y generalizar la enseñanza de la lengua universal desde el inicio de la enseñanza, como si se tratara de una lengua materna en vez de una lengua culta, si tras varias generaciones de asentar esa política el fin logrado desvirtuará las perspectivas con que originariamente se idearon.