VOTAR BAJO LAS ARMAS
La perspectiva del sociólogo francés Touraine de que al democracia es un reconocimiento de la pluralidad de pensamiento y un sistema de convivencia contempla como esencia ideológica de la misma la paz. Porque el respeto social se asienta en la postergación de toda violencia para hacer prevalecer los criterios de ordenación estatal.
Construir la democracia es crear un espacio de paz donde madurar las propias decisiones desde el sentido de la libertad que no condiciona la verdad. La seducción de la violencia arrebata del propio juicio la ecuanimidad e infecta de apasionamiento las relaciones sociales hasta fraccionar la convivencia según tendencias irreconciliables que configuran al opositor en enemigo.
No es extraño que en tantos sitios la democracia no pase de ser una estructra formal cuyos espacios de diálogo lo monopolizan quienes fraguan con sus discursos la intransigencia social.
El recurso de democratizar los países que soportan regímenes autoritarios debe elaborarse desde cimientos de paz y convivencia, pues como dice Tourine no es cuestión de sentar a otra persona en el trono sino de eliminar el trono. Superar un sistema autoritario supondrá, por tanto, educar en la convivencia y favorecer una economía que auspicie el desarrollo equilibrado de todas las clases sociales. Recuperar la libertad para el pueblo no puede proyectarse con la aniquilación moral del mismo pueblo.
Quienes defienden la democratización de otros estados por el recurso de la fuerza ignoran que la violencia perturba los sentimientos de las personas inclinándolas hacia un odio residual que imposibilita la realización de una efectiva reconciliación social. Las intervenciones armadas abanderadas para democratizar pueblos oprimidos no sólo siembran de sangre el país invadido sino, y esto quizá sea lo peor, suspenden todo ejercicio de legalidad jurídica con lo que el desorden y la venganza avalan el crimen y la arpía que genera el pavor más inhumano.
Ya Tomás de Aquino advertía, allá en el medievo: Si no hubiera exceso de tiranía, más útil sería tolerar por algún tiempo una tiranía moderada que, actuando contra el tirano, meterse en muchos peligros que son más graves que la misma tiranía. Y aunque llegase a prevalecer en contra del tirano, de esto mismo síguese muchas gravísimas disensiones en el pueblo, que al insurrecionarse contra el tirano, ya después de haberlo destituido, cuando la multitud se divide en partidos respeto de la ordenación del nuevo régimen.
Quienes planifican su esfera de poder en el mundo democratizan algunos pueblos según unos mínimos cuya apariencia formal es la convocatoria de comicios para sostener en el nuevo gobierno al aliado del invasor en ese lugar. La ecuanimidad de la democracia es incompatible con la presencia de los tanques en la calle. Con qué libertad podrán expresarse si el mismo actúa al margen de toda legalidad y con absoluta impunidad por sus crímenes.
Votar bajo la amenaza de las armas siempre ha representado la antítesis de la imagen de la democracia. La credibilidad de esos resultados, sean cuales fueren, dejan todo por desear, porque no son la expresión del ejercicio de la libertad. Las heridas de una guerra sólo las cura el paso de una generación, cuando las ideas renovadas no se confunden con los recuerdos enloquecedores y la mente se siente libre para enjuiciar los auténticos valores.
Un mínimo de garantía del intento de proceso democratizador puede conseguirse si los órganos de gobierno provisional instaurados bajo la presencia de las armas se sitúan directamente al margen de las inmediatas elecciones. Asumir esa responsabilidad sería la consecuencia lógica de una intención auténticamente estabilizadora para el país.
La democracia ha de facilitar la integración para conseguir la convivencia y se hace muy difícil esa relación cuando alguno de los grupos tiene las manos manchadas con la sangre del propio pueblo.
La imposición de la paz a veces se consigue con la guerra, pero no sin pagar el tributo que toda violencia conlleva. El ejemplo de como muchas dictaduras del siglo XX han pasado, por la irracionalidad implícita de su mensaje, es quizá el mejor ejemplo para evitar la aventura de las alegres intervenciones militares, cuyas consecuencias pueden llegar a ser imprevisibles.