CULPA Y CAUSA DEL TERRORISMO
La simplificación que de la realidad suelen hacer los políticos muchas veces lleva como consecuencia el que no se aborden los problemas estructurales que amenazan el sistema de convivencia. Uno de los problemas contemporáneos que acucia a la humanidad es esa nueva forma de violencia que hemos dado en llamar terrorismo y que por su relevancia debiera tratarse en profundidad y no con la superficialidad con que muchos políticos la califican y combaten.
Una crítica desde la filosofía social del terrorismo acerca al pensador a analizar esa realidad desde todas sus perspectivas de configuración, gestación y acción. Para dar a la sociedad una respuesta coherente se hace necesario partir de la realidad del terrorismo como hecho sociológico y considerar las causas que han influido en la gestación de la ideología que lo justifica como forma de lucha armada.
El juicio social sobre el terrorismo se construye sobre su culpabilidad, en la que nada puede eximir a sus artífices de la responsabilidad criminal de sus actos. La ley enjuicia hechos y asigna la culpa para quien en ellos atenta al derecho ajeno en su vida y en su bienestar. La única eximente de responsabilidad en la persona sobre sus actos está en la enajenación, y desde ahí es exigible la máxima contundencia del peso de la ley sobre quienes premeditan la violencia como forma de presión política.
La determinación en el ejercicio de la penalización de la culpa no debe, sin embargo, permitir olvidar a la sociedad reflexionar sobre las causas que pueden generar esas conductas, porque sólo desde asumir su naturaleza y corregir los desequilibrios sociales que pudieran gestarla se estaría abordando la posibilidad de la victoria total contra esta manera de convulsionar la paz social.
Algunos políticos -no se sabe bien si por ideología o por rentabilidad electoral- al tratar con superficialidad este tema, confundiendo los planos de la culpa y de la causa del terrorismo, están provocando la aplicación de una terapia que, al no atacar las raíces profundas del problema, sólo reducen sus efectos sin poder neutralizar establemente las ideologías que le alimentan.
La culpabilidad de quienes llevan a término cualquier acto terrorista supone la total responsabilidad personal de las consecuencias de esos actos, pero como en toda lacra social el análisis de las causas ayudan a que la génesis de esos actos no se hubiera producido, y tanto verdugos como víctimas se hubieran ahorrado la desgracia. En esa filosofía de reducir las causas debe moverse la política social, sin que ello suponga la atenuación de la culpabilidad de quienes escogen la lucha armada y no la acción política como recurso para el cambio social.
Hay que considerar que las causas del terrorismo se encuentran muy próximas a las que en la historia han generado las revoluciones o convulsiones sociales. Destacan dos, que no por genéricas y reiteradas a lo largo de los siglos dejan de mostrar su vigencia:Una y otra han recibido muy distinta consideración social según como evolucionaron los acontecimientos y quien interpretó y redactó el legado.
- La injusticia social.
- La dominación extranjera.
La injusticia social es el mayor común denominador de la violencia terrorista y su máximo reclamo de combatientes. La injusticia social, de hecho, es la expresión del fracaso legal para reconocer la igualdad de derecho de todas las personas, ya sea en el marco estatal o internacional. Proporcionalmente a cuanto mayor sea la injusticia, o sea, la conculcación de derechos, así será el juicio social sobre la legalidad vigente y en la misma medida la identificación de las personas con los sistemas de lucha que se le ofrezcan para recuperar el ejercicio de sus derechos. En esa situación, cualquier estructura medianamente organizada que preconice la lucha armada encontrará individuos dispuestos a incorporarse a sus filas.
La dominación extrajera ha sido una de las causas más evidentes de la lucha armada clandestina, para unos denominada resistencia y para otros terrorismo. Existen estimados ejemplos en la historia pero quizá sea la resistencia francesa a la ocupación nazi la que evidenció con el sabotaje la inconformidad a aceptar el yugo del dominador, aun en el abismo de diferencia de poder en que se sume al dominado.
La libertad es la mayor pasión del hombre, en la que se reconoce como hombre. El orgullo nacional es el referente de la libertad de un pueblo concebido sobre la participación político-social de sus miembros. Ese valor de la propia nación como ámbito de libertad se trunca con la invasión y el dominio extranjero, y constituye el resorte emocional más alto de justificación de las formas de reacción para conseguir la liberación a cualquier costo.
Construir, por tanto, la vida política tomando en consideración que mientras las causas permanezcan habrá mucha más posibilidad de que el terrorismo aparezca, es asumir una realidad que no debe ser obviada desde la consideración que las fuerzas de seguridad mantendrán dominadas todas las situaciones, porque, aunque se puedan reducir los movimientos que gestan los grupos guerrilleros, es considerablemente más difícil neutralizar los sentimientos del sentir los propios derechos violados.