ARTE
La ruptura de los cánones de belleza en la pintura, la arquitectura, la música y demás bellas artes, tal y como se habían entendido durante muchas siglos de historia nos podría conducir a pensar en que el arte o no existe o ha muerto. Siempre que se admita que los cánones clásicos representan los arquetipos del arte y sus reglas la sistematización de la bello, según la apreciación humana, no se podría avanzar en calificar la modernidad sino como un proceso de degradación del gusto. La belleza o se reinterpreta manida o se reinterpreta en su más íntima contradicción
Quizá la nueva escuela lo que ha puesto en cuarentena es que arte y belleza se identifiquen, y por tanto que su expresión tenga como fin el deleite sensual. La belleza, la hermosura, lo sublime, serían reacciones cognitivas entre lo innato y la conducta orientada por la tradición. La medida de la satisfacción sensible otorgaría la calidad artística siempre según baremos comunes entre la sociedad interesada. Esta simplificación del arte lo establecería como una potencia pasiva: El arte no está en la operación del artista sino en el influjo sobre el público.
El siglo XX, como quizá ninguno de los anteriores, concedió licencias al artista para el libre ejercicio de su creatividad, sin otra limitación que sentirse realizado en la obra creada. Esta libertad fue tal que el problema que se siguió fue la confusión entre el pseudo y el artista, porque ¿quién garantizaba que lo ofrecido en cada muestra era realmente una creatividad artística? Si no cabía seguir el criterio de la aceptación sugerida por la satisfacción del gusto general, ¿cómo medir el rigor?
Para mí el criterio se sigue en aproximarse, aunque con todas las cautelas, a asumir una definición del concepto de arte. Propongo la que leí hace una década en un manual que no conservo, y que sustancialmente correspondía a: Arte es la ordenación armónica de un espacio expresivo reflejo de una intuición espiritual. Esta definición no es modernista en el sentido que se construya para justificar nuevas tendencias, ya que me parece que la misma gozaría del placet de muchos artistas clásicos y renacentistas.
El concepto de belleza es desplazado por el de armonía que es una cualidad propia de la materia en relación consigo misma y con su entorno. Es armónico lo que en un espacio todos y cada uno de los seres guarda equilibrio con los demás con los que comparte ese espacio. La creatividad armónica supone, por tanto, definir un espacio y crear las relaciones entre los entes que componen ese supuesto de realidad, de modo que la perfección del equilibrio entre ellos sea la más adecuada posible.
El mundo creado no es una simple mimesis de la realidad, como querían contemplar en el arte los clásicos, sino una intuición sobre cómo podría ser la realidad o cómo podría ser reinterpretada una realidad. Esta creación a de ser intuitiva, no producida por la misma realidad, pues en ese caso no existiría creatividad sino simple realización accidental. El artista construiría una sugerencia desde una determinación necesaria de un estado de cosas. Su oficio quedaría relegado al de un artesano sensible, sería el pseudo-artista antes referenciado.
Sólo el espíritu genera intuiciones que desarrolla y expresa con los recursos del conocimiento intelectivo, que adquieren formas materiales armonizadas según las leyes propias de la naturaleza en los límites en que la intuición espiritual puede ser materializada. Los límites de la contemplación en la imagen de la propia intuición sólo la percibe el artista y según su capacidad expresiva puede mostrarla a los demás, quienes según su sensibilidad y compenetración con el artista podrán aproximarse en la obra a la genuina experiencia del autor.
La imperfección sería la paradoja del arte. Del mismo modo que el movimiento refleja la imperfección misma de lo que tiende a su perfeccionamiento, lo propio de todo ente material, así la obra creada en su determinación material adolece de la perfectividad espiritual de la intuición sugerente. Por eso la creatividad artística es pura actividad que empuja a su creador a la inconformidad ante su obra, que ha de considerarla hito en un proceso cuyo límite está tan lejano cuento más rica sea su intuición.
La armonía como sistema ordenado de expresión hace referencia a la perfección espiritual de la que toda obra ha de ser reflejo. Esa armonía que debe trasmitir el arte se manifiesta como bella en cuanto el espectador es capaz de comprenderla. Las categorías mentales de lo bello se consolidan sobre modelos que manifiestan armonía, por ello la identificación histórica entre belleza y arte, pero existen expresiones armónicas que rompen con los caracteres prefigurados, y es ahí donde lo percibido como menos bello puede rezumar expresión artística. Lo más difícil de lo simbólico es sostener el equilibrio interno cuando la obra refiere a una realidad que sólo alcanza su carácter sensible en el tratamiento artístico que de ella se hace. Aquí incluso lo banal se representa según el espíritu lo intuye en la trascendencia que puede comportar para la vida y es en ese juego de equilibrios vitales donde la armonía despierta la sensibilidad dormida.
El arte como trayectoria define el trabajo creador del artista y por ello la captación de su intuición requiere el enriquecimiento progresivo de los matices que comunica con su obra. La imperfección, a que entes ne refería, en toda expresión espiritual se rectifica con la reiteración del esfuerzo en armonizar sus manifestaciones.
Es muy posible que la consecuencia de este valor del arte sea el que no alcance ninguna obra la categoría para reconocerse como tal, sino que el artista, con su buen hacer a través de toda su obra, sea quien, con aciertos y desaciertos, nos legue un patrimonio cuyo conjunto, como expresión de su intuición, pueda ser considerado como arte.