PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 18                                                                                                      ENERO-FEBRERO  2005
página 6
 

VIRTUD Y VALOR

 
Algunas corrientes culturales actuales parece que quieren contraponer los conceptos de virtud y valor, como si se tratasen de dos términos cargados de una semántica tal que connoten una línea de pensamiento tradicional o vanguardista. Se habla muy poco últimamente de virtudes, como si correspondiera a algo superado, y sin embargo se prodiga el término valor. Para muchos podría parecerles que la nueva ética se construye sobre el desarrollo de los valores sin necesidad del ejercicio de las virtudes, como si éstas correspondieran a preceptos de una moral, por antigua, trasnochada.
El término valor es quizá una de las referencias éticas de nuestra época postcontemporánea que más significación ha alcanzado en poco tiempo. Es muy probable que como voz ni siquiera figure en algunos manuales de filosofía, salvo aquellos revisados en las últimas décadas. En ética el contenido de valor se construye sobre la analogía de la cualidad estimable del bien material trasladado sobre el efecto de difusión del bien moral. Algo tiene valor si desde el sujeto se exterioriza como un bien: Es un valor lo que comunica un bien. Si la esencia radical de la ética está en obrar el bien, el elenco de valores lo constituirán el paradigma de recursos con los que y en los que se puede potenciar hacer el bien. Por valor se tendrá aquella motivación que nos incita a obrar bien.
El significado de virtud como hábito está configurado ya en Aristóteles: La virtud es un hábito, una cualidad que depende de nuestra voluntad. Así correspondería a la habilidad que nos facilita obrar el bien. Pero como en la persona humana la voluntad sigue al intelecto, el hábito requiere dos movimientos sucesivos: 1º La consideración del bien en el obrar (acto intelectivo). 2º La voluntariedad de ejercicio (acto volitivo). La virtud se constituye por la reiteración del acto mental que agiliza la facultad para discernir y aprehender con prestancia los juicios sobre dónde y cómo poder hacer el bien, así como la diligencia de ejercicio de la voluntad sobre las potencias operativas para aprestarse a la realización de esos actos positivos.
Valor y virtud, por tanto, suponen dos realidades conceptuales que no se estorban en la ética, sino que se complementan mutuamente. Los valores se integran fundamentalmente en la información intelectiva que distingue el bien, y las virtudes en la voluntad para facilitar la perfectividad del bien.
Estas puntualizaciones no tendrían más consecuencia que las del discurso retórica si no fuera porque se percibe en el mundo una creciente pasividad ética en los  comportamientos prácticos respecto a las doctrinas teóricas que se suscitan desde todos los foros que alientan la conciencia social.
Quizá el error contemporáneo para movilizar a los ciudadanos radique en la postergación de la virtud como hábito operativo. No basta para el efectivo ejercicio del  bien la recta inclinación hacia los valores, sino que es necesaria la constancia en su realización y ello está directamente proporcionado al hábito o virtud del ejercicio.
Las virtudes se adquieren con gran esfuerzo y sólo radican en la personalidad tras años de aprendizaje y ejercicio. Si se quiere efectivos comportamientos éticos en la sociedad se hace necesario el desarrollo de las virtudes desde la etapa de la educación, donde se formaliza la personalidad; sin temor a pensar que las mismas condicionan de libertad, porque realmente la  disposición operativa de la virtud se encuentra abierta a seguir cualquier valor que racionalmente se presente como conveniente. Por el contrario, si las virtudes no se afianzan en la personalidad, la libertad de los individuos se situará más en un plano teórico que real.
Cultivar las virtudes exige realizarse sobre espíritus abiertos para la apreciación de los continuos y nuevos valores que se sugieren en la sociedad. Las virtudes han de enseñarse como hábitos operativos y su práctica exige definir objetivos sobre los cuales ejercitarse, pero éstos no deben configurarse como la sustancialidad del bien, sino como valores modélicos conformables a las apreciaciones de la razón según dónde, cuándo y en qué circunstancias cada persona ha de asumir su responsabilidad.