EQUILIBRIO DEL JUEGO
Una de las pasiones bastante extendidas es la humanidad en la del juego. Desde niños rivalizamos por ganar en las confrontaciones de los juegos porque nos producen satisfacción de realización, poder y grandeza. De más mayores el juego se construye en torno a la plata que forma la esencia de la motivación. El riesgo de ganar o perder se articula sólo sobre la satisfacción crematística. Ahí es donde el juego alcanza su máxima expresión como pasión, hasta que la misma mina la voluntad para reflejar un estado patológico de degeneración psicológica.
Proporcionalmente a la desvinculación del ingenio en el juego por la determinación del sino o la suerte, así el juego es más destructivo para la persona si se convierte en vicio que domina la libertad. Además, si no se exige la competición personal, la participación es más inmediata, lo que facilita la continua reincidencia en el riesgo.
Conocedores los Estados de esta afinidad por el juego de los ciudadanos, las haciendas públicas han encontrado un medio de canalización para que de esa afición se derive una rentabilidad financiera para las arcas nacionales. Lo que a veces no se tiene en cuenta es lo mucho que fomenta un vicio que, como otros, puede reflejarse en una patología social. La imagen de la publicidad promocional del juego trasmite el mensaje del fácil enriquecimiento sin el esfuerzo del trabajo. Esta filosofía llevada a su consumación representa la quiebra de la mentalidad de progreso y desarrollo para un pueblo.
El equilibrio que corresponde establecer a los poderes públicos en la regulación del juego no sólo debe sostenerse sobre el criterio social de una rentabilidad impositiva, sino que también le compete al Estado ordenar la trama para que se sugiera socialmente constructivo.
Cuando se difunde le idea de los desmesurados premios que harán multimillonarios en dólares a los acertantes, porque la ambición mueve la venta de boletos, se está idealizando la imagen del excéntrico capitalista como meta ejemplar para la población. Posiblemente generar desde el Estado esa clase de ricos es la más destructiva de las políticas sociales.
Una posibilidad de equilibrio entre la arraigada pasión por las loterías y su dimensión social está en que los premios se adecuen a alcanzar un beneficio que reporte un bien no fácilmente adquirible, -por ejemplo, una buena vivienda- pero también que ese bien se pueda multiplicar para el máximo número de participantes en el juego. A modo de ejemplo se puede citar que si en vez de premiar un boleto de lotería con diez millones de dólares, se reparte el premio para veinte acertantes, que tocarán a medio millón, se consigue una retribución atrayente y socialmente no disparatada.
Apostar por el equilibrio de patrimonio y rentas entre los ciudadanos es parte de las políticas de progreso de los Estados y esa mentalidad debe defenderse y difundirse también encauzando las ambiciones de los ciudadanos, consiguiendo unas metas de promoción y prosperidad derivadas del juego que no rompan o entren en contradicción con los valores de solidaridad.