PROYECTO EUROPA
Quizá el más relevante progreso en el ámbito político de todos los tiempos lo estemos construyendo los protagonistas europeos en los albores del siglo XXI. La nueva Europa que se propone no se corresponde con ninguno de los históricos anhelos de unificar el continente, pues todos ellos se proyectaron sobre la premisa del imperio, y los tiempos han venido a mostrar como desde la imposición y el dominio se constituyen estados poderosos, que se sostienen por el poder, la represión y las armas, pero que sociológicamente gozan de una fractura interna porque el aglutinante no nace de la libre voluntad de las personas en compartir un espacio de convivencia. Se puede aportar como valor la estabilidad y la riqueza generada bajo el dominio de las grandes potencias, el desarrollo de las estructuras sociales que aparentemente aporta, pero su gran déficit siempre ha sido la promoción de las libertades individuales que hacen a los individuos ser personas. El proyecto imperial de Europa, ideario de príncipes y clero, generó incontables guerras por el monopolio del poder enfrentando a los europeos como súbditos partícipes de la ambición de sus señores.
Cuando la pasión contemporánea ha realizado la mayor fragmentación política del continente europeo ha sonado la hora del proyecto de unión desde la garantía de la libertad por el respeto al dictado de la soberanía personal. Todas las formas de animación política caben en un mismo marco, cuando existe voluntad de unión, si el substrato social sobre el que se cimienta es al convinción del derecho personal de los ciudadanos. Las formas de manifestación política podrán ser variadas en función de la idiosincracia de pueblos tan distintos, todos con un bagaje cultural milenario, pero lo que realmente de nuevo ha surgido para el entendimiento ha sido la conciencia solidaria del respeto del estado hacia el ciudadano: la democracia. Este movimiento ideológico, bagaje del siglo XX, es el fundamento del nuevo proyecto europeo que no sólo rompe los esquemas políticos precedentes sino que para muchos roza la utopía mejor ideada.
No me sorprende que los euroescépticos se extiendan por todo el continente, porque, en verdad, un análisis metodológico del proyecto reforzaría la consistencia de quienes califican de locura el intento, ya que las diferencias de carácter, lengua, ideología o religión, no augurarían una convergencia social a quien sólo se quedara con las formas y no estimara en más un espíritu puesto a prueba en las últimas décadas. El que los diversos estados se hayan sumado al grupo fundador en condiciones tan exigentes respecto a la cohexión, como la marcan la unanimidad de acuerdo para la mayoría de las desiciones trascendentes, es la impronta que hace viable una unión más flexible en un concierto más numeroso, en el que las mayorías muy cualificadas exigen de sus dirigentes una voluntad de acuerdo que refleje más lo que une a sus ciudadanos que lo que les separa.
La defensa a ultranza de la diversidad es el reflejo de esta aventura política, porque históricamente hasta ahora la identidad de la comunidad se construía sobre la uniformidad. Sostener más de quince lenguas, todas oficiales, porque representan cada una la identidad de un grupo de ciudadanos, podría parecer absolutamente insensato si no fuera porque el hacer prevalecer el sentido más hondo de lo que es la esencia de la unión es lo más importante en este proyecto. Se subordina la rentabilidad administrativa y la aparete eficacia operativa a la defensa de la personalidad ciudadana. Europa no será para muchos la Europa parlamentaria que muchos ciudadanos quisieran, pero el equilibrio entre la configuración de una asociación de estados no olvida tampoco la voz de las regiones y la representación popular que es vital en todo proceso institucional democrático, pero por encima de todas las formas determinadas en los tratados existe un principio constitutivo que es de la participación mediante la implicación de compartir parte de la propia soberanía sin ceder su dominio. Aquí yace la originalidad y el riesgo de este gran entramado.
La ética de esta unión que se consolida desde la solidaridad capaz de empeñar los propios recursos en la promoción de las regiones más desfavorecidas, es un ejemplo a la construcción de las esferas continentales de relación internacional, la apuesta por una mejor conservación de la naturaleza y la defensa de los valores inherentes a la libertad personal con respeto a las costumbre de cada país pero con una misma determinación de proteger a cada uno de sus quinientos millones de ciudadanos en recurso de amparo. La potencia de la nueva Europa unida no será tanto militar o estratégica sino ética y en la preminencia de esta configuración entra en juego una gran parte de la imaginación contemporánea para configurar una referencia de la democracia que sea capaz de generar un clima de cooperación y paz. El ejemplo histórico de una Europa en lucha e imperialista debe dejar paso a la oportunidad de difundir como ejemplar el nuevo clima de cooperación, y ello no es poco en el mundo de hoy.
Enemigos de esta Unión Europea los hay dentro y fuera de casa. En algunos casos proceden de la incredulidad de que tanto avenimiento y esfuerzo sea posible; en otros, por el temor de perder poder en sus propios intereses estatales; e internacionalmente porque las demás grandes potencias temen un competidor tenaz y reflexivo que pueda poco a poco difundir el ejemplo de su bien hacer en el mundo. Para los que piensan la necesidad de sostener el imperio por la fuerza de la coacción de las armas, una Europa pacífica, poco intervencionista y amiga de la diplomacia, que haga valer en la medida de lo posible las buenas maneras de sus estados, es muy probable que sea molesta, ya que además de una competidora económica se convierte en un aparente valor de equilibrio siempre incómodo para quienes de las situaciones convulsas obtienen cotas de poder.