EDUCACIÓN Y CORTESÍA
Los errores conceptuales en lo que concierne a la educación constituyen un lastre para la formación de las nuevas generaciones que han de desarrollar su rol en la sociedad en gran medida según los criterios aprendidos. De todos es sabido que los conceptos y hábitos aprendidos en la infancia modelan en parte el comportamiento del adulto. Ahora bien, debemos tratar que en la medida en que los niños alcanzan el uso de razón aprendan a comportarse de modo racional, o sea que comprendan el sentido de convivencia que contienen las normas y la razón de su uso en la vida social.
En lo que afecta al conocimiento de las normas sociales que cada comunidad tradicionalmente ha constituido, la etapa de la enseñanza reglada tiene una gran responsabilidad en esforzarse por, además en darlas a conocer, conseguir que se incorporen de modo natural en la vida de los alumnos. Esa labor, que es complemento de cuanto a cada uno se le enseña en el hogar, marca la perspectiva de una posibilidad de mejor convivencia en la sociedad. Educar es mucho más que acumular conocimientos, esencialmente se realiza en la práctica de asumir las virtudes y poner en práctica los valores. Para que esto pueda trascender con los años ha de haber un poso intelectual que justifique tales comportamientos. Para ello, lo mejor es fundamentar siempre en la enseñanza los criterios, a fin de que más pronto o más tarde cada individuo entienda la razón de aquello que se le enseñó.
Al referirnos a las normas de comportamiento social es muy importante distinguir entre lo que es el fundamento del trato con educación entre las personas y lo que correspondería a la cortesía o a su más extremada forma que llamamos etiqueta. El trato con educación, aunque reviste formas tradicionales y formales, en esencia corresponde a lo que de respeto se deben las personas entre sí por su condición de personas. Cada comportamiento debe de alguna forma estar delimitado por lo que de mutuo servicio se deben los seres humanos que conviven en un grupo determinado. Educación es el respeto a no molestar a nuestro prójimo con la inadecuación de nuestro comportamiento en las circunstancias concretas en que se desarrolla nuestra convivencia. De alguna manera la educación es un hábito adquirido, pero es sobre todo virtud intelectual porque exige de la razón para discernir qué de nuestra manera de actuar puede molestar a los demás; y, en cuanto ello dependerá de cada situación y de las personas que nos rodean, no se seguirá de la simple aplicación de una regla sino de un criterio responsablemente aplicado.
La cortesía, en cambio, corresponde a la aplicación de una normativa generada por la tradición en un espacio social determinado. Son normas de comportamiento que de alguna manera dicen de la calidad de la integración de la persona en cada ambiente y de la consideración que guarda con respecto a los demás. La cortesía establece unos parámetros de trato que, en la medida que han sido aceptados por la colectividad, facilita las relaciones porque sistematiza los gestos y acciones que se saben son por todos reconocidos como adecuados para cada situación. Su utilización consigue unos efectos prácticos que han venido a considerarse como positivos en el grupo social, aunque también han debido sufrir en cada relevo generacional la contestación de unas formas que con mucha frecuencia se consideran inadecuadas por considerarse contaminadas de la connotación de una forma de vida que debía ser superada.
Hablar de etiqueta y de protocolo supone llevar a su extremo la cortesía, con una normativa estricta que delimita en todo las formas de actuación dentro de un grupo determinado en un ambiente concreto. La naturalidad se empeña en aras a que sea el rictus lo que predomine. Aquí las personas se revisten de lo que la tradición exige en virtud de dar una especie de culto a las formas de la relación humana en que las mismas predominan sobre lo que cada persona apeteciera mostrar.
La educación es un valor universal mientras que la cortesía reviste formas muy distintas en cada tiempo y lugar. Por eso en la enseñanza conviene distinguir lo que es el urbanismo personal en lo que afecta a la buena educación y en lo que se relaciona con normas de cortesía o costumbre propias de un determinado ambiente. En el primer caso, el concepto esencial es el de que la presencia personal y los actos propios no produzcan molestia a los demás con quienes se mantiene una relación del tipo que sea; en el segundo, lo que se persigue es que de la propia presencia se transmita una cierta complacencia en los que forman el circulo de relación. Mientras lo primero lo exige la naturaleza de la convivencia, lo segundo es más un índice del grado de integración en el grupo.
La enseñanza ha de avalar muy especialmente el que el comportamiento educado se asuma como un valor fundamental de convivencia, y para ello es necesario el esfuerzo de los educadores para que el criterio de su naturaleza quede bien asimilado y no simple referencial de una forma de buen comportamiento.