PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 2                                                               JUNIO-JULIO 2002
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EL JUICIO HISTÓRICO


La linealidad de la evolución enfoca dos aspectos importantes en el proceso del pensamiento. El primero, cada verdad descubierta y definida marca una posición puntual, un hito temporal, una marca histórica. El segundo, el pensamiento como global saber es un proceso continuo permanentemente inacabado.
Las verdades --lo que consideramos saber cierto para todos y en todos los tiempos-- definidas en unas coordenadas históricas determinadas lo son con independencia de esas referencias de tiempo y espacio. El conocimiento que se tiene de ellas sólo lo llamamos científico en el sentido del proceso de la ciencia para descubrirlo, pero no como causados por la ciencia. Para los efectos causados por la acción creativa del hombre actuando sobre la naturaleza solemos aplicar la terminología de técnica, y con ellos en cuanto proceso producido están reducidos a coordenadas históricas que delimitan su origen y desarrollo en el tiempo y el espacio.
En el caso del análisis científico de la historia nos encontramos a su vez con dos tipos de hechos: los acontecimientos y las actuaciones. Los primeros están perfectamente inscritos en coordenadas de tiempo y espacio, su verdad se reduce a la perfecta adecuación de la descripción del acontecimiento a su realidad existida. La verdad del hecho histórico es descubierta sólo en función de la capacidad científica del historiador.
A la hora de analizar las actuaciones el problema se complica. En la medida que los actos humanos son libres, o sea respuestas voluntarias a acontecimientos y no resultados necesarios, la aproximación a su naturaleza habrá de ser a través de la penetración progresiva de los estados psicológicos que influyen en una tal acción histórica.
El conocimiento de la historia humana, por tanto, es un conocimiento dinámico e inacabado, en cuanto que las circunstancias que movieron al acto humano siempre están abiertas a una perfección en su conocimiento.
Hablar por tanto de la relatividad del conocimiento histórico tendría fundamento, aunque como ciencia se mueve en el proyecto de acotar esa relatividad en una progresión que tiene como fin crear certeza.
Así, podríamos concluir que el juicio histórico de las actuaciones sólo se procesa acertadamente en virtud del progresivo conocimiento de las circunstancias sociales, psicológicas, etc. de las personas que protagonizan esos acontecimientos. Para dicho estudio el historiador ha de trasladarse mentalmente al marco del pensamiento de la época de los acontecimientos estudiados, ya que sólo desde esa situación se puede progresar en la formulación del juicio histórico.
La perspectiva que brinda el tiempo permite analizar cada situación en la relación paradigmática de otros acontecimientos, inferir resultados, insertar cada acontecimiento en la cadena del proceso de los actos humanos.
Este mismo rigor en el análisis para aproximarse al juicio histórico es el que hay que aplicar para el juicio de tantos acontecimientos de la realidad. Con frecuencia los críticos y pensadores, los sociólogos y los políticos, caemos en la tentación de emitir juicios de actuaciones y acontecimientos ocurridos en cualquier parte del mundo desde nuestra propia perspectiva social. No tenemos en cuenta la necesidad de que para juzgar acontecimientos extraños es imprescindible desplazarnos por las coordenadas del pensamiento hasta aproximarnos a las que rigen a aquellas personas cuyas actuaciones enjuiciamos.
La diversidad de culturas no sólo justifica la necesaria prudencia al acercarse a emitir un juicio, sino que los distintos estados de desarrollo, a nivel mundial y dentro de cada cultura, conllevan unos determinantes para cada sujeto que no pueden ser obviados en el juicio sobre cualquier actuación.
Ese rigor, que por lo general prima en científicos, técnicos, historiadores, humanistas, etc., normalmente contrasta con la frivolidad en la proclama y en la acción de los políticos. Actuando de esta manera se bloquea la capacidad de entendimiento, se cercenan las posibilidades de consenso, y no en pocas ocasiones esos inmaduros juicios resuenan provocativos como viejos tambores de guerra.