Frente a los problemas la actitud de la persona humana
se comporta de tres maneras distintas:
1. Aquella en que el hombre se retrae frente al problema
y se retira sin afrontarlo, huye.
2. La más consecuente, cuando la persona objetiva el problema,
lo asume, lo analiza le busca solución. Se enfrenta y vence.
3. Quien ante la dificultad, lo que hace es ignorarla, con arte la
rodea y sigue su camino, pero siempre con el problema a su espalda. Esa
es la actitud de quien huye hacia adelante.
Entre los problemas que afronta la humanidad los
hay de dos naturalezas: problemas materiales y problemas sociales. Para
los primeros el recurso es la ciencia y la técnica aplicadas con
el saber y el trabajo. Los problemas sociales, sin embargo, presentan un
cariz muy distinto. En la medida que los actos sociales son consecuencia
de la concurrencia de variados individuos, su problemática no puede
ser tratada sino por el análisis conjunto de las motivaciones que
reflejan las actitudes en conflicto.
Todo acto humano libre corresponde a unos estímulos,
a un por qué, a un para qué. En principio, la voluntariedad
de ese acto estaría orientada a producir o conseguir un bien. El
problema se produce cuando el bien buscado entra en conflicto de intereses
con los bienes apetecidos igualmente en los actos ajenos.
Ante los problemas sociales de esta naturaleza,
una de las actitudes posible es la de no asumir la existencia del conflicto
de intereses, pasar por encima, dejando latente el problema como si el
mismo careciera de entidad.
Cuando así se actúa, sea a nivel familiar,
laboral, político, comunitario, etc. la mayor parte de las veces
el problema, falto de atención, no sólo no desaparece sino
que se desarrolla, llegando a la larga a poder convertirse en una intrincada
oposición de planteamientos cada vez más difícil de
abordar.
Las dos principales causas que generan las controversias
humanas a nivel de grupo son: la falta de cultura social y la injusticia.
Ambas responden a al marginación de un mismo denominador: el bien
común.
Pasar por encima de los problemas sociales sin invertir
en la promoción de la cultura social, en la conciencia de la necesidad
de relativizar los derechos sobre los bienes en función de que se
forma parte de una colectividad, se convierte en una temeridad para quienes
ejercen cualquier tipo de autoridad.
Soslayar las exigencias de la justicia social en
las determinaciones de quienes ejercen el poder no supone más que
intentar ignorar una problemática cuya propia dinámica interna
casi siempre termina por engendrar una espiral de violencia.
Cuando el hombre no vence los problemas que se le
enfrentas, los problemas le acaban venciendo a él. Cuando la sociedad
no asume y racionaliza sus propias contradicciones, éstas terminan
por sangrarla. Al huir hacia delante, se sigue, pero huyendo.