PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 2                                                               JUNIO-JULIO 2002
página 9
 
 
DEPORTE Y CULTURA
Siempre he recordado un texto que en uno de los libros de bachiller estudié y que en mi deficiente francés intentaré reproducir: “Être sportif ne consiste pas a se sasior regardant les autres dèpenser leur forse et leur agilité”.
Eran los años en que empezaba a proponerme la actividad deportiva como un espacio de cultura, una actividad complementaria y conveniente en la formación de las personas.
Desde entonces, la sociedad ha ido modificando su interpretación del papel del deporte en la política de los Estados. Una vertiente se ha decantado hacia la necesidad del desarrollo del deporte como cultura social, o sea, de un medio a fomentar en los ciudadanos en cuanto que su ejercicio favorece su desarrollo físico y psicológico. En la medida en que las personas ocupan su espacio de ocio en una actividad que le ayuda a su desarrollo, el objetivo de la política cultural se ve cumplido.
Frente a este programa para el deporte, la sociedad ha desarrollado el deporte como espectáculo. La perspectiva de la persona varía, pasa de sujeto a objeto, su vinculación no es activa sino pasiva, contempla del deporte que otros realizan como un espectáculo, un entretenimiento para llenar el espacio de ocio.
Las dos diferentes perspectivas del deporte en el rol social tienen sus aspectos positivos, pero es muy importante saber diferenciar la función de cada una de ellas en la sociedad a la hora de planificar las políticas de desarrollo cultural de los ciudadanos. Mientras la promoción de la práctica del deporte debe ser incluida como un factor destacado en el programa de salud y cultural, el deporte como espectáculo se sitúa en el conjunto de actividades de recreo, cuyo desarrollo es tan abierto como las costumbres y el ingenio de los promotores formulan.
El deporte como fenómeno de masas a su vez se abre como perspectiva de explotación económica. En el entramado de empresas e intereses que se constituyen de este modo sobre la actividad deportiva, acaba primando el negocio y el deportista se convierte en objeto de producción cuyo propio fin, lejos del altruismo del deporte, no es otro que la rentabilidad económica.
El influjo de este deporte de masas en la sociedad no pocas veces favorece la confusión de las administraciones públicos, que en vez de invertir en estructuras que favorezcan la práctica del deporte a la generalidad de la población, y muy especialmente en los periodos de educación, invierten esos recursos y esfuerzos en subvencionar actividades deportivas que por su propia finalidad deberían ser sometida a la ley de los mercados.
La profesionalidad que reclama el deportista que excluye la práctica del mismo como actividad lúdica, por afición, de modo amateur, exige la plena diferenciación de esos dos planos. Siendo la práctica del deporte por afición la que correspondería promocionar en los proyectos de política cultural de los Estados.