ALMA Y CUERPO
Con frecuencia el mundo moderno atribuye como función esencial del alma el gobierno de los sentimientos, aquello que va más allá de la reacción lógica de la mente a cada impulso de los sentidos. Ese espacio difícil de predicar desde la mera materia corporal, que por escaparse de las meras reacciones comportamentales parece escurrirse de toda disciplina metafísica. Así, este mundo pragmático ha encontrado tan complicado atender la entidad del alma, que ha optado por olvidarla.
Hasta la filosofía se ha contagiado de esta tendencia prefiriendo renunciar a una metafísica del ser por una metafísica antropológica de los actos de comportamiento, relación o comunicación. El alma o hálito de la vida se confundiría con sus manifestaciones versando la metafísica sobre las condiciones de verdad de sus potencias y no sobre su misma esencia.
Admitir la realidad sustancial del alma como ser en la predicación cotidiana sobre el hombre implica desbordar el influjo del positivismo que sólo entiende de la sustancia corporal que puede ser empíricamente contrastada.
La unión sustancial de alma y cuerpo se sugiere como uno de los elementos metafísicos fundamentales para el soporte de la ética y la libertad personal. ¿Hasta dónde sería libre el hombre material si toda sus sustancia estuviera afectada de la determinación de la materia? Todos sus actos serían resultado de la concertación de respuestas posibles dentro del margen de probabilidad de comportamiento de sus elementos atómicos o demás partes cosntituyentes. Por el contrario, si el hombre fuera esencialmente un espíritu reducido en un cuerpo material que le limita la capacidad de decisión que seguiría a su conocimiento intuitivo, no se podría predicar sino de incapacidad de ejercicio de la libertad por la imposibilidad de captar las realidades íntegras en un mundo material en el que todo se da en permanente transformación.
Construir el bien, la ética en la creatividad, sólo puede ser resultado de esa unión de las dos sustancias: alma y cuerpo -espíritu y materia- en un único ser sujeto.
La materia en sí no es buena ni mala, pues todas sus determinaciones el corresponden por ley de naturaleza y aquello que necesariamente sigue su naturaleza es bien en cuanto cualidad metafísica, pero no en cuanto realidad moral. Poder disponer sobre la materia confiriéndole un fin moral es una potestad del hombre en tanto en cuanto la organiza para su propio bien. Ello le exige doble proceso formal: 1º Conocer la naturaleza de cada elemento material con el que se relaciona; lo que consigue mediante el conocimiento sensible propio de su cuerpo material. 2º Proyectar la utilidad de transformación del conocimiento adquirido por la intuición creativa. Esa conjunción entre intuición y conocimiento racional es la que nos delata la unidad operativa de alma y cuerpo.
Realizar el bien no tiene entidad abstracta en el hombre, como sería lo propio de los espíritus, sino que se proyecta en y desde la realidad material que le rodea. El nombre realiza el bien con las cosas -realidades materiales- y para las personas reales, él y los otros; porque aunque quisiera nadie podría proyectar el bien de lo que no conoce, aunque lo intuya, sobre lo que no conoce, aunque lo intuya.