POLÍTICAS DE BIENESTAR
Consideramos como políticas adecuadas aquellas por las que las autoridades logran mejorar el estado de bienestar de los ciudadanos. Esta afirmación tan simple se reviste sin embargo de una gran complejidad cuando la filosofía social nos interroga sobre qué es el bienestar.
Una apreciación superficial del conocimiento identifica bienestar con la satisfacción de los deseos, la ausencia de inquietudes, la holgura de dinero para poder disfrutar. Todos ellos en el eje de la seguridad y tranquilidad que prestan los bienes materiales. Es cierto que también consideramos como bienestar la realización sentimental, el amor y sobre cualquier otra cosa, cuando se palpa su pérdida, el bienestar se define desde la salud. Dado que tanto el amor como la salud tan sólo muy relativamente nos la puede proporcionar el Estado, a las autoridades les encomendamos el logro del bienestar más material.
Frente a esa tendencia general que sigue los instintos más primarios del hombre, se posiciona la filosofía para indagar si esas apreciaciones masivas se corresponden con las condiciones de verdad más íntimas de la conciencia vital de la persona. Si desde tantos aspectos se muestra desligada la felicidad de la posesión de los bienes materiales, habría que indagar cuáles son aquellos otros valores que motivan como bienes a la persona y de cuya realización indudablemente se sigue un suplemento de bienestar para los ciudadanos.
La sensibilidad del ser humano es uno de sus mayores patrimonios éticos por medio de la cual evalúa el bien que se proyecta de sus obras. De las relaciones del hombre en sociedad se derivan derechos y deberes, de la consistencia de unos y otros se sigue no sólo el beneficio propio sino que también depende el bien ajeno. Hasta dónde y cuánto se implica el ejercicio personal con la colectividad determina el valor solidario en la conciencia ética y desde ella el estado de los demás influirá en nuestro bienestar.
El Estado, en su proyecto de procurar el bienestar para los ciudadanos no debe obviar los parámetros de satisfacción o realización inmateriales que influyen en el ser felices. Una estructura social que potencie los valores éticos puede constituirse como una política de bienestar en parangón a aquella que sólo persigue beneficios materiales. En la medida que el hombre es más hombre por la asunción de responsabilidades, una política que le aperciba de esas responsabilidades influirá en que el hombre encuentre en realizarse como hombre uno de los factores de su benestar.
Las políticas sociales que siguieron en Europa a la reconstrucción, tras la segunda guerra mundial, en gran parte buscaron enmendar no solamente el desastre material sino también las estructuras sociales que habían generado la degradación de los sistemas hasta la generalización de la confrontación armada. El solidarismo subyace tanto en las políticas de las democracias cristianas como en las socialdemocracias europeas que buscaban construir un bienestar generalizado para todos los ciudadanos con las mínimas exclusiones posibles. Esa filosofía es la que generó no sólo un bienestar material en Europa sino además un bienestar moral que ha auspiciado la reconciliación de los Estados, la convivencia de los distintos pueblos y la perspectiva de paz.
El reto del Estado de ofrecer a sus ciudadanos una política que no sólo les confiera un determinado acceso al consumo, a las protecciones sociales y a la cultura, sino también que les propicie una buena conciencia de cooperación en el marco del desarrollo global, constituye en nuestros días un valor discutido porque unos no aprecian más que el bienestar material y otros aducen no corresponder el Estado sino a los ciudadanos singulares, agrupados en colectivos, organizar y dirigir directamente aquellos procederes con los que su conciencia ética se sienta comprometida.
Una política que propicie el bienestar social mediante una estructura de solidaridad que comprometa la satisfacción moral de sus ciudadanos no debe invadir la libre iniciativa de los particulares sino apoyarla y fomentarla. No obstante, una política de Estado afronta muchos espacios donde sólo él puede conjugar, en nombre de sus ciudadanos, acciones más o menos solidarias. Piénsese en la política internacional de promoción de la paz, en la gestión de los acuerdos de comercio internacional, en la intervención solidaria ante las catástrofes, en la orientación ética de los organismos internacionales, en la orientación de las políticas presupuestarias, etc.
Una determinada política de bienestar será apoyada o rechazada por los ciudadanos de acuerdo a dónde dirijan sus prioridades ideológicas. Pero, con independencia de las sensaciones superficiales, el bienestar de la persona moralmente hecha se fundamenta sobre todo en la satisfacción del deber cumplido y en una conciencia coherente con los principios naturales del ser humano.
Muchos ven en los nuevos tiempos el antagonismo de la solidaridad porque el excesivo individualismo ha desenfocado el sentido de relación social hacia una fórmula de simple convivencia. Pero la esperanza no puede darse por perdida mientras la filosofía auxilie al ser humano en redescubrir las más profundas condiciones de verdad de su esencia de ser.