SABER ENSEÑAR
Una habilidad necesaria en la sociedad es la de saber enseñar. La educación es una de las prioridades de los programas políticos y de los intereses familiares.
Nacemos con una mente en blanco y hemos de ir llenándola con los ideas que nos permitan elaborar los juicios creativos que nos faciliten la existencia y el progreso. En cuanto seres sociales todo eso nos lo enseñan quienes tenemos en el entorno y nosotros continuamos la cadena formando a la generación que nos sigue. En este esquema es donde merece resaltar la trascendencia de la enseñanza dentro del paradigma de actividades sociales.
Si la enseñanza es relevante, lo serán sus más directos artífices y la metodología que se utilice para su aplicación. De ahí surgió la ciencia de la pedagogía sobre la que tantos tratados se han realizado desde la antigüedad. Sin embargo, aún hoy, incluso en las comunidades más desarrolladas, se adolece en los criterios rectores de lo que la enseñanza es.
Con frecuencia se entremezclan conceptos educativos, formativos y culturales con los intrínsecos propios de la enseñanza, por lo que de común tienen todas esas disciplinas de comunicación de valores, pero la enseñanza en sí como método de transmisión del acerbo del saber de la humanidad presenta ssus propias características que son comunes desde la enseñanza de los estudios primarios a los de grado universitario. Ese saber enseñar que no es patrimonio del erudito ni del sabio sino de quien se esfuerza en la técnica de aprender y mejorarlo cada día.
Existen dos premisas en toda pedagogía que no deberíamos nunca olvidar:Salvada la edad irracional, en la que prima el aprendizaje mimético, para el resto de la disciplina de la enseñanza la esencia está en reproducir en la enseñanza una estructura de la razón válida, la que no frivoliza con la responsabilidad al aplicarse en la producción, donde lo importante no puede ser desplazado por lo superfluo porque automáticamente se desemboca en la inoperatividad.
- Fundamentar lo importante y trascendente.
- Desde lo principal estructurar el aprendizaje a lo menos relevante y a lo que es mera divulgación.
Distinguir lo relevante tiene que ser el objetivo principal del enseñante. Para ello el primer estado del método será la evaluación del profesor sobre la materia para primar lo que pertenece al contenido de verdad fundamental. Una vez realizada esta distinción se debe ser capaz de mostrar a los alumnos lo esencial como esencial y ello de tal modo fundamentado que no admita duda ni cuestión. La fundamentación racional del núcleo de la materia es de tanta trascendencia que si no se logra toda otra ciencia trasmitida se consolidará en la mente del alumno como las arenas movedizas.
Mucho de ello está en relación a cómo los valores existenciales se cimientan sobre unas pocas pero sólidas verdades que asumimos como valores trascendentales.
Una vez sólidamente asentados esos contenidos de enseñanza que forman la estructura medular de una materia, el proceso de enseñanza se ha de dirigir a formalizar los métodos de cómo se deducen o vinculan los conocimientos de rango inferior con las categorías trascendentales, sin perder nunca la perspectiva de la exposición de cómo se relacionan los conceptos de lo menor a lo mayor.
La atomización del conocimiento supone el mayor fracaso de todo el sistema de enseñanza, y es sin embargo el proceso más común porque exige mucho menos rigor enseñar contenidos que enseñar procesos de relación y porque se logra una apariencia inmediata más exitosa. La erudición y la sabiduría se diferencian quizá de la misma manera que estas dos formas de transmisión de conocimientos. la primera administra la inmensidad de los conceptos y la segunda la trascendencia de los juicios. La vertebración de la vida se construye sobre la concatenación de valores. Uno de los mayores déficit de la personalidad radica en la ausencia de esa jerarquización dispersando la atención sobre una multitud de ideas aprendidas sin criterio de distinción de su genuina trascendencia.
Una buena metodología en la enseñanza trasciende no sólo en mejorar las disposiciones naturales en la estructuración mental, sino en el hábito de la razón para fundamentar los juicios, ahuyentando el extendido recurso a la superficialidad argumental.