PREJUICIOS
Una de las perfecciones de la personalidad la alcanza aquel que consigue eliminar los prejuicios. Ser capaz de juzgar siempre en razón del conocimiento y abstenerse de hacerlo cuando no se tienen datos para asegurar un grado suficiente de certeza es la virtud que distingue a los prudentes.
El prejuicio, como su nombre indica, es la idea de razón construida como un pseudojuicio en la que se estiman como ciertas conclusiones que no se han sometido en la mente al contraste de las condiciones de verdad que contienen, o bien porque no se analiza la coherencia del conocimiento adquirido por la correcta relación de las ideas, o bien porque las percepciones son insuficientes para poder aseverar la razón en el juicio. Mutatis mutanta, se estaría juzgando con falta de pruebas o sin consistencia en las mismas.
La defectividad de la personalidad por el prejuicio no afecta tanto a la ligereza con que alguna vez se formulan juicios inconsistentes, sino en que ello se consolide como hábito mental de modo que como norma se establece esa fase inperfecta como el término del propio juicio. La dificultad estriba en que al prejuicio se le concede una categoría definitiva que no le corresponde y por tanto se desconoce la pertinacia del error.
El prejuicio se opone a la duda en la valoración de la inconsistencia posible del conocimiento. Mientras que la duda se fundamenta en que del análisis del conocimiento se sigue el contraste entre lo cierto y lo incierto que el mismo contiene, lo que conduce a su verificación y ampliación, en el caso del prejuicio se da por cierto poder juzgar sobre un conocimiento incipiente aduciendo que la parte de desconocimiento que pudiera afectarle se suple por la propia experiencia sin necesidad de contraste con la realidad.
Con mucha frecuencia se pretende enmascarar la coherencia del prejuicio con la asistencia de esa otra forma de conocimiento que llamamos intuición. La intuición, que es fundamental en la constitución del juicio creativo, en el ser humano debe seguir al conocimiento racional, porque la personalidad en su carácter unificador de todas las potencias internas y externas se proyecta como una sola voluntad cuya perfección sigue a la correcta construcción de sus previos sustentos. Cuando se ha producido un error en cualquier parte del proceso el error se traslada a la conclusión final del acto intelectivo.
El prejuicio es, por tanto, un mal formal por la incorrecta aplicación de la capacidad de juzgar sobre la deficencia del acto cognoscitivo anterior, lo que no implica que el prejuicio pueda ser verdadero cuando la sustitución de lo desconocido por la supuesta experiencia coincida accidentalmente con la realidad.
El hábito al prejuicio se consolida especialmente en aquellas personas que no contrastan posteriormente sus prejuicios con la realidad, porque sin la experiencia del error es imposible la rectificación. En casos llega a convertirse el prejuicio en una patología que conduce a justificar siempre el error no en la defectibilidad intrínseca del prejuicio sino a que factores ajenos han incidido posteriormente modificando la realidad conocida.
El prejuicio adquiere una dimensión de extrema importancia en las relaciones sociales, porque éstas se fundamentan en un intercambio de intereses que se consolidan en virtud de la mayor confianza. Cuando el hombre no juzga a los que le rodean en virtud de sus obras y de cómo realmente son, sino en virtud de sus propios prejuicios que hace diseñarlos como le parece que son, las relaciones se tambalean porque en vez de la verdad y la justicia se instala la prevención y la crítica.
No es extraño que los prejuicios arraiguen en la personalida de muchos ciudadanos en virtud de herencias culturales o prevenciones raciales o religiosas. Cuando se estimula en la familia la consideración de las cosas en virtud de la tradición y no de como las cosas realmente son, enseñando a observar metódicamente los comportamientos sin que se propicie el análisis del por qué y el cómo, necesariamente se fomenta el prejuicio, pues todo aquel comportamiento que no esté perfectamente integrado en esos cánones será considerado como un alteración sin entrar a valorar causa o razón.
Los prejuicios fundamentalmente se enfrentas al ejercicio de la libertad, y no marcan tanto a los demás como a la misma personalidad que los formula porque representan la impronta de quien padece una cierta estrechez de miras que le impide desarrollar su capacidad de conocer hasta los reales límites de su entendimiento.