SINTAXIS SOCIAL
Entenderse con una lengua exige una sintaxis previa para que la organización de los signos del lenguaje tenga una misma interpretación entre todos los sujetos que aspiran a comprenderse. De ahí la sistematización de las gramáticas que enseñan el correcto uso del material léxico a todos los ciudadanos, que como lengua materna o aprendida deben ejercitarse en su asimilación como vehículo de participación social. Con la lengua se accede a la cultura y a la integración social de un pueblo. Aunque es evidente que todas las lenguas están en permanente evolución, lo cierto es que los elementos fundamentales de su sintaxis permanecen como médula fundamental, correspondiendo más bien las variaciones al léxico, donde, además de las influencias de las lenguas vecinas, cada generación pretende dejar su impronta.
La trascendencia de esa estructura fundamental de una lengua, que es sus sintaxis, debería orientarnos hacia considerar que la misma es reflejo de que en la sociedad existen unas normas constitutivas que son esenciales para el ejercicio de la convivencia. La cultura asimila y trasmite una tradición que constituye, desde los hábitos ancestros, un conjunto de comportamientos asimilados que pueden plasmarse en reglas de educación y convivencia. Se puede disentir con que las normas tengan una buena razón lógica, pero lo que parece difícil es ignorarlas y seguir pretendiendo sentirse integrado. La educación, como la lengua, está sujeta a la evolución sugerida desde la masa, considerando ésta como la sociedad impersonal. La sintaxis sólo varía por el hábito adquirido y no porque a un sabio o grupo intelectual se le antoje una mejor aplicación dentro del sistema.
Se puede argumentar que los hábitos sociales evolucionan mucho más rápidamente que las variaciones sintácticas de cualquier lengua en uso, pero, aunque ello sea cierto, la asimilación se puede considerar pertinente si no en cuanto en el tiempo sí en el modo. Las normas de educación más trascendentes, las que afectan a la relación por la configuración íntima de las distintas personalidades, varían mucho menos de lo que las apariencias pueden traslucir. Quizá la razón más posible sea que en el fuero interno de cada persona se acepta la interpretación de la relación del hombre con su entorno del modo a como lo ha aprendido en su ambiente social, y que para sentirse integrado e integrador apuesta por su respeto.
El que existan determinaciones derivadas de la propia naturaleza parece obvio -como en el lenguaje las posibilidades fonéticas- pero lo normal es que la regla sea arbitraria dentro de un sistema abierto. La educación se construye sobre una base de naturaleza: alimentación, trabajo, afectividad, procreación, etc., pero su conformación tiene muy diversas concreciones según el grupo social o el pueblo que se examine. Lo que es cierto es que esa comunidad, en cuanto comunidad, posee unas normas que hacen imposible la integración a quien las deseche.
Los influjos sociales, al entrar en relación los distintos pueblos, favorecen la apertura del marco cultural, pero es ingenuo pensar, por mucho que la influencia pese, que se produzca una traslación de valores sobre los que se asienta lo esencial de la propia cultura.
La gran diferencia entre la pragmatividad de la sintaxis lingüística y la social es que ésta afecta mucho más íntimamente a la vitalidad de la personalidad, de donde se producen los trastornos de marginación en que muchos ciudadanos, por querer hacer prevalecer sus tendencias sicológicas, quedan postergados. La articulación de lo diverso en lo común siempre causa recelos, porque lo común viene a estar considerado como la entraña del común denominador de lo sensato. Al fin y al cabo, los más tienden a conservar ese espacio social en que han medrado como el entorno relacional propicio y natural frente a la aventura de un cambio inexperimentado.
La confrontación generacional es la mayor manifestación de esa disyunción, pero la misma casi siempre la resuelve el tiempo, atrayendo a la norma general de la cultura del grupo social a los jóvenes rebeldes en cuanto se avienen a las responsabilidades que exigen participar del bien común.
Todo esto hasta ahora ha sido más o menos así, pero parece que la nueva Edad de la Globalización introduce una revolución sobre las culturas para alterar los valores, siendo responsabilidad de los ciudadanos decantar su influjo hacia una estructura de universal respeto, por encima de las particularidades, a la naturaleza y al bien.