PAREJA IDEAL
Hace pocos días escuché una entrevista a la Dra. Fernández donde manifestaba las diferencias fisiológicas que se aprecian en la constitución cerebral del hombre y la mujer. A la pregunta del periodista sobre si no eran sorprendentes esas diferencias de cierta importancia, como algunos científicos han revelado, la doctora contestó indicando que las diferencias corporales entre los dos sexos son tan manifiestas que no debe sorprender que los sistemas neurológicos presenten diferencias en su estructura funcional.
De las investigaciones realizadas parece concluirse que las conexiones cerebrales del hombre y la mujer se configuran de modo algo distinto, siendo en los primeros de un modo más estratificado o sectorial y en las segundas más universal. En los varones se generaría una conexión ordenada primariamente por la interconexión celular a nivel de cada lóbulo y secundariamente entre los distintos lóbulos, mientras que en la mujer la relación funcional entre lóbulos está en un orden muy próximo a la interconexión interna lobular, lo que les confiere una dinámica en el pensamiento más universal en el procesamiento inmediato de los inputs de acceso. Los hombres mantendrían algo similar a unos compartimentos de procesado en la mente, mientras que la mujer su mayor interconexión le proporcionaría un procedimiento más global.
En el fondo no estaríamos hablando sino de una variable en el método de procesamiento, algo similar a si se ejecutaran programas diversos para el análisis de la información. Esa distinción genérica estaría genéticamente establecida entre las otras muchas que configuran la distinción corporal de ambos sexos.
La conformación de la especialidad genérica de sexos en los seres vivos parece construida en torno a la complementariedad, algo así como si del conjunto de dos diversos se alcanzara un objeto mejor para el desarrollo de la especie. Ello es lo que justificaría que desde seres asexuados se haya desarrollado una distinción de sexos por la especialización de determinadas funciones fisiologícas. Hemos de apostar por que la naturaleza progresa en el eje del tiempo y que las mutaciones celulares habidas en la especialización orgánica se realizan para la perfección del ser. Si esto es así, tendríamos que admitir que la diferenciación sexual, con lo que conlleva de distinción, constituye un bien para la especie humana y ese bien se conjuga desde la complementariedad de los géneros masculino y femenino y no desde su oposición. De alguna manera, se podría admitir como tesis de la evolución existida el que cada uno de los géneros se reafirma en su especialización orgánica para, complementada por el otro, mejor servir a la pervivencia de la especie.
Desde estos planteamientos se puede seguir la consideración de que la distinción orgánica cerebral que modula la mente de hembra y varón debe tener una finalidad positiva para la convivencia, algo que debería iluminar el modo de concepción de la vida en pareja.
En principio, la diferenciación de las mentalidades masculina y femenina constituye un escollo para la mutua comprensión, porque la distinción introduce en la personalidad un factor de diferenciación que espontáneamente produce tendencia de no asimilación y por tanto cierta perplejidad ante un forma extraña a la habitual del lenguaje del propio pensamiento. No obstante, esa diferenciación puede ser asimilada por la razón, porque aunque la respuesta mental no sea la espontánea esperada la reconoce como posible y compatible al propio sistema.
Rasgos de la personalidad diferenciada entre los sexos se han apreciado desde muy antiguo, como, por ejemplo el de la intuición femenina. Esa capacidad adjudicada principalmente a las mujeres se interpreta bastante bien desde la predicada interconexión de todas las zonas de actividad cerebral. Es evidente que proporcionalmente a la frecuencia con que se producen esas conexiones entre todas las células cerebrales la intuición de una proposición mental es más inmediata, y por ello se propicia la facultad de prever con muy diversos inputs de entrada una previsión de significado, que, si no muy fundamentada, alerta a la razón a estar prevenida al análisis profundo de la situación.
En el varón cabe señalar, por ejemplo, la consistencia sectorial de sus resoluciones. Si como afirman las teorías a que hacía referencia, la estructura del cerebro en el hombre trabaja primariamente desde una máxima intercomunicación lobular, y más secundariamente entre las conexiones de todos ellos, justifica una sectorización de la mente fundamentando las ideas parciales con una gran contundencia, pero postergando lo que podríamos considerar una visión de esas resoluciones en el marco global de la existencia. Sería propio hablar de los temperamentos primarios del varón que le hacen razonar sectorizando e imputando los accesos según una estructura organizada por espacios preestablecidos.
Esa complementación de la mentalidad es la que debe valorarse en la pareja, y trabajar cada parte desde la razón en lo que de positivo aporta cada peculiar manera de pensar. Admitir lo positivo que para la realización del proyecto familiar es una doble perspectiva de enfoque de los acontecimientos que se presentan constituye una riqueza si de la opinión de la parte contraria se presume la complementariedad y no la oposición. Considerar como propio que la mujer y el hombre aporten apreciaciones inmediatas distintas según la natural distinción de enfoque de las realidades circundantes ayuda a la no confrontación y a darse un tiempo para sopesar una respuesta equilibrada entre las aportaciones de la distinta personalidad.
Quizá lo más importante sea valorar cómo la complementación mental incide positivamente en la vida de familia por encima de las diferencias, porque cada parte aporta unas peculiaridades específicas que la naturaleza ha ido evolucionando para el mejor servicio a la conservación de la especie. Por tanto, en mucho, superar las dificultades de comunicación de la pareja está en función de admitirse distintos, como evidentemente se considera un excelso bien la diversidad formal orgánica de otras partes del cuerpo.