PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 21                                                                                            JULIO - AGOSTO  2005
página 7
 

 EL CENTRO DEMOCRÁTICO

 
Uno de los descubrimientos sociológicos del siglo XX ha sido el de la capacidad de las técnicas de influencia sobre las personas para conformar su voluntad a los intereses de mercado y -¿por qué no?- a las ideas políticas. La propaganda política de lo que cada cual representa según los fundamentos ideológicos que defiende ha dejado paso al marketing para promocionar la adecuación nominal de la propia ideología a determinados valores que la sociedad ha consagrado como idearios. De este modo no hay que ganarse al ciudadano con la propia doctrina, sino convencerle que esta determinada formación es la que encarna sus más profundas convicciones. Así, la posición de centro y la estructura democrática se han convertido en reclamo de los partidos como estandarte, en vez de buscar una auténtica adecuación de sus posiciones políticas a esos valores. Se busca conseguir la apropiación de esos espacios politico-semánticos por el atractivo que suscitan en las confrontaciones electorales y porque creen, quienes así diseñan las estrategias, que avalan políticamente la decisiones que posteriormente se determinen.
La posición de centro en las democracias es la más difícil de encarnar, por más que muchos partidos la quieran liderar, porque supone la defensa radical de los valores democráticos incontaminados de las interpretaciones sectarias que proliferan desde las posiciones ideológicas fascistas, marxistas, integristas o fundamentalistas. La igualdad de toda persona ante la ley, la libertad de derechos civiles, el respeto ideológico de las minorías, la igualdad de oportunidades, la no discriminación, la paz, etc. han de ser para los verdaderos demócratas objetivos a consolidar día a día, y no ideas susceptibles de ser reinterpretadas en función de intereses de partido.
La utilización fraudulenta del término democracia en el pasado siglo nos ha dejado ejemplos -tanto desde posiciones de izquierda, como la sarcástica denominación de "República Democrática de Alemania", como desde la derecha fascista con la titulada "democracia orgánica"- que nos deberían hacer estar en guardia frente a quienes manifiestamente se decantan por las palabras más que por las obras.
Ser el centro en política no es lo mismo que ocupar el centro. La centralidad representa la máxima confluencia de criterios entre las muy distintas ideas sociales y políticas de una comunidad. El centro es el espacio de encuentro de los ciudadanos en el que todos perciben el respeto como la máxima para edificar la política. Por eso, conducir una ideología hacia el centro no consiste simplemente anexionarse el espacio de centro por el declive de los partidos contrarios, sino una evolución interna hacia la tolerancia de convivencia.
Centro democrático constituye un sintagma semántico que por los valores que comporta parece más bien una utopía que una auténtica posibilidad política. Aspirar a ser la referencia que centre la política de un estado precisa de la capacidad de acordar en sus fundamentos ideológicos la preferencia por el permanente diálogo con el resto de las formaciones políticas para desentrañar, desde la variada interpretación de los valores democráticos, lo común que satisfaría a una mayoría tolerante.
Algunos sociólogos niegan la posibilidad del verdadero espacio político de centro, porque consideran que cualquier ideología se construye sobre intereses privativos de un determinado sector o clase social y que el objetivo de la lucha política se ajusta a imponer la estructura que favorece esos intereses sectoriales. El centro como espacio de confluencia de intereses supondría en sí el debilitamiento de la propia posición. De ahí, deducen, una permanente polarización de la esfera política, en la que cada sector se agrupa en torno a los partidos que radicalmente garantizan programáticamente la defensa de esos intereses.
Geométricamente el centro representa una posición de equidistancia a otros puntos, cuya existencia es necesaria para la naturaleza de su propia noción. Del mismo modo que el centro exige una configuración de otros elementos con respecto a los cuales se constituye la posición relativa del mismo, en política el centro exige un ordenamiento multipartidista con respecto a cuyas posiciones ideológicas el centro representa el equilibrio y una cierta confluencia de valores. En los sistemas bipartidistas el centro no tiene razón de ser porque los partidos tienden a escorarse hacia los radicalismos que les marcan los sectores más tradicionalistas de sus filas. Centrarse, por tanto, supondría desligarse de las posiciones más extremas de su electorado, lo que originaría la segregación de una parte del partido. Ese camino hacia el centro pocas formaciones se aventuran a realizarlo, porque en el proceso de refundación y modernización de su ideología necesariamente se ha de atravesar un periodo de contestación y debilidad del que sólo se emerge si se alcanza la identificación con una preexistente y consolidada estructura social centrista.
La configuración del espacio sociológico que sirva de soporte a una política centralizadora de los partidos exige una estructura económica consolidada de clases medias que haya superado la antagonía de intereses económicos en la sociedad. La distribución de la riqueza y la igualdad de oportunidades son las credenciales de las políticas sociales de centro democrático y su esencia está en priorizar la acción social sobre la económica, o, más bien, subordinar ésta a los objetivos de aquella con el fin de favorecer la extensión de quienes se sientan dignamente atendidos por el Estado.
Por último, habría que indicar el juego que la concepciónd de la libertad entraña al optar por una posición de centro en la política. Dado que la percepción de las realidades sociales son muy distintas entre los diversos sectores ideológicos, decantarse por el respeto a esas posiciones incluye el entender la libertad con el amplio sentido de dejar obrar lo que no perjudica al resto de los ciudadanos.
Quizá, como ninguna otra, la posición de centro encarna la filosofía de que la democracia no induce a vencer sino a convencer.