PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 21                                                                                            JULIO - AGOSTO  2005
página 10
 

 VERDAD

 
La ética de la ciencia moderna se ha construido en una gran parte sobre el concepto de búsqueda de la verdad. En otros tiempos, en que la aceptación de la norma se ajustaba a la tradición o a la trascendencia, se relativizó la ponderación de la verdad porque no resultaba excesivamente pertinente su valoración. Desde el resurgimiento de la metafísica y más generalizadamente desde el auge del racionalismo, ha ido creciendo en importancia dentro del estudio de lo filosófico de la vida hasta llegar a definir al valor de las proposiciones de acuerdo a las condiciones de su verificación. Este progreso de protagonismo del concepto de verdad exige una profunda reflexión acerca de su significado, si ha de servir para definir las condiciones de verdad y los contenidos de verdad de los elementos metafísicos en las proposiciones del conocimiento racional.
Para los filósofos griegos la verdad se identifica con la realidad. De acuerdo a esta concepción, la verdad es una consecuencia de lo que existe en cuanto existe. La verdad será tanto más inequívoca en cuanto la existencia sea más trascendente. Lo verdadero se muestra en la existencia en que permanece por sí.
La escolástica consideró a la verdad como una de las cualidades del ente que le permiten ser conocido como tal. La verdad la definen como la adecuación del ente con la mente.
Para los idealistas la verdad sólo será lógica si está fundada en el pensamiento y construida en función de un juicio coherente. Será verdad la proposición razonada correctamente dentro de un sistema.
Evidentemente, todas las nociones sobre la verdad que la filosofía ha desarrollado a lo largo de los siglos la definen en un contexto doctrinal filosófico determinado, que como sistema especifica los contenidos posibles de predicación sobre la globalidad de la capacidad del saber metafísico.
Si trascendemos de la lógica a la ética metafísica, la verdad debe ser considerada en su vertiente existencial y en su naturaleza cosmológica. En la conjunción del ser y el existir se realiza la máxima expresión de la verdad metafísica.
La cualidad entitativa que hace comprensible cada cosa radica en su forma propia de ser, o esencia fundamental del ente, que le hace  ser como es y lo define según su más íntima y radical esencia. Pero todo ente es conocido por su existencia. Como predicaban los filósofos de la antigua Grecia, la verdad de lo que algo es depende de su existencia, porque las esencias inexistentes distinguen de la verdad lo ilusorio. ¿Quién puede dudar de la posible esencia de las sirenas y de su especial modo de ser mitad mujer y mitad pez? Pero la verdad de su realidad no depende de su esencia sino de su existencia.
La verdad como adecuación del ente a la mente, que definen los escolásticos, exige la existencia de cada cosa conocida, porque la mente humana conoce a través de ideas, las ideas se formalizan por las impresiones sensibles y las impresiones  sensibles sólo se motivan desde algo realmente existente con capacidad de alguna manifestación material. Todo lo existente al tiempo se manifiesta de acuerdo a unos determinados parámetros que le hacen cognoscible a la mente, no sólo como algo que es, sino cómo es. La verdad ontológica que se sigue al conocimiento mental de cada ente se fundamenta en la adecuación de la imagen de lo conocido como una esencia específica, porque de lo informe no se sigue conocimiento sino duda. Por tanto, del conocimiento de cada esencia como tal esencia se deriva realmente la verdad de todo conocimiento mental, la no-verdad o error se seguiría de la inadecuación de una esencia conocida como algo distinto a la esencia que realmente en su propia existencia ese ente soporta como propio modo de ser. Conocer las cosas existentes de modo distinto a su real modo de ser implica la creación de un fantasma o ilusión mental.
Siendo así que la verdad depende de la existencia y de la esencia, será necesario que, como afirman las filosofías racionalistas e idealistas, la verdad corresponda a un juicio que conjugue la esencia de un modo de ser con su existencia. Si la existencia de un ente se realiza modificando o perturbando su propio modo de ser, significaría un error o falta de verdad para su posible conocimiento por una mente ajena, por más que como mera existencia pudiera considerarse en sí como un ente nuevo con una verdad subjetiva real. Objetivamente lo que engaña a la mente porque su existencia muestra una esencia distinta de su real modo de ser corresponde a la no verdad o falsedad.
Las esencias de por sí nunca son falsas, pues todo ente obra según su naturaleza. La existencia en cuanto muestra la realidad tampoco es falsa. Sin embargo somos conscientes de que nuestro conocimiento se engaña aún en el empeño de escudriñar la verdad y ello no puede provenir más que de la inadecuación en la existencia de una esencia común.
Si consideramos el ejemplo de una mutación habida en un ser vivo, mientras la existencia de ese ser no manifestara un nuevo modo de ser específico que sea el  propio derivado de la mutación no se podría hablar de verdad, sino de error, en su aplicación por la mente, por la inadecuación de la realidad objetiva del ente a la mente.
Se puede concluir, por tanto, que la verdad está en la adecuación de la existencia a la esencia propia de cada ser.
Esto nos debería llevar a concluir que la verdad del conocimiento no sólo es fruto de la correcta aplicación del juicio de razón, sino también de que los objetos que analizamos no nos engañen con su apariencia. Por eso, la ética científica se aproxima más a la verdad cuanto mayor es la especificación entitativa de las sustancias que estudia, para no ser sorprendido en la falsa atribución de una misma esencia a sustancias o compuestos de seres entitativamente distintos, o, en el caso contrario, de aplicar propiedades distintas de las propias de la especie a una realidad determinada.