ALMA Y RESPONSABILIDAD
Ser responsable es quizá la caracterización más peculiar del ser humano. Dejarse guiar según lo que sucede es lo común a todas las especies animadas, pues lo normal es que sean los acontecimientos los que originen respuestas proporcionadas de comportamiento. Los hombres también nos portamos de acuerdo a lo que nos marca el entorno natural, social, cultural, etc. pero presentamos la peculiaridad de aventurarnos en empresas que trascienden la apetencia natural, y ello plenamente conscientes de que cuando así obramos lo hacemos porque algo interior nos mueve a realizarnos en lo que aparentemente nos complica la vida.
Algunas corrientes filosóficas inclinadas al behaviorismo han defendido la regla de conducta como el condicionante del hábito de respuesta a las motivaciones que desde nuestro entorno natural mediatizan nuestras vidas. La relación con el entorno en los seres animados se realiza desde el conocimiento que computa la verificación de lo conveniente para satisfacción del cuerpo a través de sus órganos sensoriales y su memoria sensible. Esa computación, que se incrementa con la experiencia personal, conforma el elenco de lo apetitoso y de lo dañino para cada individuo. Cuando se trata de seres inteligentes, éstos no solamente responden al medio según la experiencia de su conocimiento sensible, sino que también evalúan los acontecimientos y la implicación que les supone no sólo en razón de la satisfacción sensible sino bajo el aspecto de bien. La perfección que se atisba es lo que pone en juego la libertad de respuesta, no tanto en función de la complacencia derivada del placer en el obrar, sino del bienestar generado para sí o para los suyos.
El aspecto más sorprendente de la libertad de ejercicio de un ser animado se percibe cuando su respuesta al medio no corresponde con la razonablemente esperada en función del bienestar debido, sino que se obra en función de un compromiso que manifiesta valores nuevos que ignoran o incluso contradicen el lógico bienestar. ¿Quién en su vida no ha contemplado la abnegación en el trabajo de compañeros o conocidos? ¿Quién no se ha admirado de la desinteresada labor de tantas personas en tareas de solidaridad? ¿Quién no ha percibido la asunción de riesgo desmedido de muchos responsables de la seguridad ciudadana? ¿Quién no ha valorado la envidiable dedicación de madres y padres a la familia? ¿Y la atención generosísima a mayores y ancianos? Cuántas veces habremos sentido que personas que están a nuestro alrededor superan con creces el límite de lo que personalmente admitiríamos poder hacer.
Obrar más allá de la respuesta esperada supone admitir que existe en el hombre un influjo que se sobrepone a la habitual correspondencia de esfuerzo por el bienestar resultante de gozar los placeres que la naturaleza nos brinda. Ese algo nos permite contemplar toda la experiencia y además incidir sobre ella con dominio tal que cuanto de natural hemos aprendido lo interpretamos para ponerlo al servicio de hacer realidad nuestro proyecto.
La desigualdad de las respuestas humanas ya deben advertirnos que la responsabilidad no debe estar en aquello que corporalmente parece seguir la dependencia del entorno. A los influjos que mueven el conocimiento sensible se siguen para los seres humanos respuestas muy próximas entre sí, como en las demás especies animales. Lo que se espera fundamentalmente del ser humano en cuanto especie animal son las propias reacciones universalmente predicadas de la lucha por la supervivencia y la satisfacción de los placeres sensibles anejos al sostenimiento propio y de la especie: el sueño, el placer culinario, el descanso, la satisfacción sexual, la comunicación y la afectividad, el dominio de mando, la seguridad, y otros semejantes que ahora olvido enunciar.
La característica intrínseca de la responsabilidad es la apuesta por un valor al que se supeditan las respuestas de los propios actos. Cuando se actúa con responsabilidad, lo primero necesario es que haya existido esa evaluación intelectual que define la dirección en el obrar de acuerdo a un valor que se entiende prioritario a las reacciones del apetito que se le puedan oponer. La computación intelectual no desestima en sí el placer, sino que lo supedita al sentido de bien que un valor pueda entrañar. Admitiendo la propia satisfacción sensible como buena, se somete su deleite al ejercicio del bien que espera la persona lograr con las acciones que proyecta. El segundo aspecto remarcable de la responsabilidad está en la voluntariedad permanente de llevar un proyecto a la realidad superando las contradicciones que le salgan al paso. Es aquí donde la persona libra la batalla para superar las apetencias diarias de lo que se oponga a la realización del proyecto comprometido. No basta la buena proposición intelectual para la realización de un bien, sino que ello sólo tienen entidad real de bien cuando el proyecto se lleva a término. La voluntad es, por tanto, la potencia resolutiva de la responsabilidad, mientras que el intelecto asume la función de potencia generadora.
Existe una intuición en el hombre que le mueve a rebelarse a ser objeto de la determinación exterior. Pero esa oposición a ser según el entorno nos condiciona exige un compromiso fuerte de la inteligencia para sabernos trazar el propio camino, y de la voluntad para hacerlo realidad. El margen de obrar así es lo que denominamos libertad, que se realiza de modo distinto en cada individuo según sea la fuerza de sus potencias para diseñar y ejecutar su propia existencia.
La responsabilidad aparecería como la medida real del compromiso de libertad llevado a término, y que como se sostiene en la inteligencia y en la voluntad, facultades del alma, supondría una aplicación de la misma sobre su implicación vital en el destino del ser humano.