ALIANZA DE CIVILIZACIONES
La propuesta que el Jefe de Gobierno de España ha presentado al mundo referente a progresar en un alianza entre las distintas civilizaciones no debe quedar en una mera formulación de buenas intenciones, como otras muchas que acontecen en la U.N., sino que puede representar la necesidad de que los históricos colectivos continentales concierten los fundamentos del respeto común que haga viable una auténtica globalización en igualdad de derecho.
Aún hoy los recelos entre civilizaciones son cuantiosos, pues unos ponderan como de natural su hegemonía cultural, otros la prioridad de sus creencias religiosas y algunos enaltecen desmesuradamente sus propias estructuras sociales. Si durante siglos el predominio de las formas peculiares marcaron el distanciamiento de los sistemas, la aproximación que ahora se busca requiere acercarse sin complejos a las respectivas ideas sociológicas para aflorar lo que une y lo que separa, y desde esa perspectiva sostener la proximidad que engendra el derecho personal y el reconocimiento de que lo distinto no puede amparar ni la intolerancia ni la marginación.
La realidad de esta alianza debe incumbir a todos los parámetros sociológicos que confluyen en la colectividad: ideología social, moralidad religiosa, economía estructural y ética natural. Todas y cada una de las civilizaciones lo son en cuanto que aglutinan en una estructura más o menos profunda una interpretación de la realidad universal desde concepciones determinadas de esos parámetros.
El progreso del desarrollo de esa alianza de civilizaciones en mucho estará condicionado a que se asuman sus trabajos desde el recurso de la filosofía social, como el ámbito científico de los contenidos de verdad en las relaciones sociales. El lugar común del derecho para todas las civilizaciones debe educirse desde el análisis del ser humano y la naturaleza más radical de su determinación a la relación social. Tanto que más se penetra en la esencia del hombre más en común deben racionalizarse los substratos ideológicos de las distintas civilizaciones. Es en y desde la estructura profunda del ser humano cuando se puede progresar con fundamento hacia un concierto de civilizaciones. El mundo moderno precisa de ese diálogo amparado en la filosofía social porque la confluencia de las civilizaciones para el progreso y la paz no puede provenir sino de una catarsis en cada ámbito ideológico para el adecuado fundamento de un nuevo orden universal.
Los que quieran entender la alianza de civilizaciones como un entente coyuntural entre el mundo occidental y el islámico se equivocan, porque el problema del conflicto de civilizaciones en el marco universal es mucho mayor. Considérese tan sólo como ejemplo la creciente reivindicación de la civilización indígena de nuestra América.
La propuesta del Jefe de Gobierno de España en el marco de la Asamblea General de la U.N. indica cómo correspondería a esta entidad ser el espacio natural para generar el entendimiento entre las grandes concepciones del universo. En las décadas desde su fundación la U.N. parece haber estado mediatizada por la acción política y la salvaguarda del enfrentamiento directo entre las potencias que sostenían la guerra fría. La postergación de la propiciación de auténticos planes regeneradores de la humanidad, sin dejar de considerar la labor de las Agencias específicas, es quizá la asignatura pendiente de una U.N. excesivamente controlada por los intereses de las potencias occidentales.
Reinventar el diálogo cultural en el marco de la alianza de civilizaciones sería un elemento muy positivo por lo que la cultura entraña de cuna de sentimientos, lo que en más aproxima a las gentes. La religión y la economía, esos otros dos parámetros sociológicos, a lo largo de la historia se han presentado tanto como elementos aglutinadores como causas de perennes enfrentamientos. Quizá en el contraste diagonal entre las animaciones culturales y la reinterpretación desde parámetros universales de justicia económica y de auténtica moral religiosa fructifique una simbiosis universal para la humanidad.