PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 22                                                                                            SEPTIEMBRE - OCTUBRE  2005
página 9
 

SINUOSIDADES DEMOCRÁTICAS

 
El uso que del térmico democracia hacemos varía mucho en función de la posición ideológica desde la que interpretamos lo que debe ser el gobierno común de los ciudadanos. Sin más, podríamos enumerar unas cuantas concepciones clásicas de democracia que como se puede apreciar presentan sustanciales diferencias:
  • Democracia liberal: En la que entendemos que la posibilidad de construir el espacio económico privado encierra la libertad más genuina del hombre, y por ello el sistema democrático es ante todo una confluencia de voluntades para consolidar las libertades particulares. La democracia garantizaría la privacidad del espacio creativo de cada ciudadano sobre el cual el Estado carecería de legitimidad para intervenir.
  • Democracia republicana: Se fundamenta en sostener la vigencia del poder del Estado en tanto en cuanto emana de una asamblea representativa cuya esfera de jurisdicción es tan amplia como los representantes acuerden establecer en la ley. En la democracia republicana las instituciones adquieren una máxima trascendencia como vehículos de participación y representación. El poder político descansa sobre la representatividad globalmente concebida, de modo que la Administración ejecutiva debe disponer de un reducido ámbito de decisión para no desvirtuar el protagonismo político de los representantes legítimos.
  • Democracia revolucionaria: En la que es el pueblo establecido en permanente asamblea a quien corresponde la gestión de la actividad política de la comunidad. Se cuestiona el valor de cualquier institución que pueda funcionar con un marco de autonomía, y toda la actividad política está sometida a permanente revisión de la asamblea popular.
  • Democracia social: Por la que debe primar no sólo el sistema de participación igualitario de todos los ciudadanos sino también que la esencia de la misma democracia encarne una estructuración igualitaria de la sociedad que garantice plenamente la realización de los derechos ciudadanos. La democracia social busca la plenitud democrática mediante la potenciación cultural del ciudadano. Sólo la democracia se realizará en plenitud cuando todos los miembros de la sociedad participen responsablemente con un adecuada capacidad política.
  • Democracia industrial: Corresponde a una concepción un tanto ambigua en la doctrina -que quizá nadie la ha formulado- pero cuya contundencia en la praxis consiste en reconocer que el poder democrático debe plegarse a los intereses económicos de las grandes multinacionales porque la política ha superado las barreras de cada límite comunitario. En sí se sostiene sobre la ideología de que la única ambición del ciudadano es la mejora de su bienestar económico, y por tanto la estructura política debe primar las inversiones que hacen posible una mayor crecimiento económico.
Todas estas formas de democracia compiten por ser la genuina forma de poder del pueblo, sopesando en cada caso valores personales o colectivos, representatividad directa o delegada, poder económico o estructura social. Lo que todas admiten, y es lo común en lo que convergen, es la participación directa del pueblo, bien como instrumento realmente modelador del sistema o como justificación ética de la legitimidad del sistema.
El mayor escollo con que tropieza una y otra vez la aplicación de las teorías democráticas es el desencanto que genera cuando bajo su estructura formal ampara gestos generalizados de corrupción, tanto en su dimensión económica con el favor directo a la clase política, como cuando ampara formas de autoritarismo o concesiones políticas de hegemonía que crean un auténtico parapoder económico que conduce las riendas de la sociedad.
El recurso a la responsabilidad que pretenden asumir los ciudadanos, con mucha frecuencia genera unos vaivenes desde criterios de democracia liberal a democracia social, o de democracia republicana a concesiones autoritarias por la cesión de libertades desde el parlamento al ejecutivo presidencialista. La respuesta proviene del hartazgo del elector cuya decisión se decanta hacia repudiar experiencias negativas sin bien saber si la nueva opción por la que opta le aportará soluciones acertadas. Al menos la democracia integra el recurso de la esperanza en el cambio, aunque algunas generaciones no lo contemplen en la vida.
Estos cambios de rumbo dentro del sistema emergen con especial virulencia en el juego que el valor de la libertad representa en cada momento generacional. El juego de la libertad cuando adquiere su más relevante aplicación es quizá la máxima pasión democrática, pero conlleva el inconveniente de que puede emparejar una merma del control de la seguridad, lo que origina que cíclicamente los electores pasen de secundar programas tímidamente libertarios a opciones más represivas.
Desde las políticas de bienestar social tan aplaudidas se balancea la democracia hacia tendencias políticas más liberales que parecen auspiciar mayor crecimiento, pero al tiempo se deplora la pérdida de derechos que amparaban tanta tranquilidad, de modo que pronto se cuestiona con nostalgia si vale la pena decantarse por esas promesas de prosperidad.
Sobre todo lo anterior, el hombre del siglo XXI empieza a inclinarse por una democracia que antes que otra cosa le garantice su liberalidad, entendiendo como tal aquella en que el sistema propicia a cada individuo reconocerse como sujeto que crea sin interferencias el entorno social que le permite sentirse más a gusto. Es quizá una reinterpretación del liberalismo que fija sus preferencias no en las de índole económico, donde se admite el sentido de la solidaridad, sino en las sociales que afectan más a la esfera moral de la libertad que al simple bienestar económico. El hombre de hoy quiere que la democracia le libere de toda presión dogmática en los ámbitos de familia, relación, trabajo, salud, etc. Esta democracia liberalizadora propicia una mayor integración entre los pueblos en base a superar las diferencias culturales que los monopolizaban sobre criterios de religión y costumbre. Una democracia que liberalice al individuo de su entorno mediático hacia una mayor realización personal sin más ataduras que las del respeto ajeno.
Frente a esta última concepción de democracia parece también tomar realce la de quienes no renuncian a que el sistema se constituya como garantía de los valores tradicionales en aras a que sólo del rigor del orden en los planteamientos sociales se protegen los fundamentos esenciales del hombre que debe ser el fin último de toda política.
Este rápido repaso sobre algunas de las interpretaciones que toma la democracia nos debería hacer pensar que si como sistema es el menos malo, es muy posible que aún nos reste mucho para sintetizar ese punto de equilibrio que sea una referencia social válida para un mundo al que las comunicaciones reducen cada día de dimensión y precisa de un objetivo claro de entendimiento sobre el cual apoyar su incipiente proyecto global.