INQUIETUD Y SOSIEGO POLÍTICO
Desde mi perspectiva de ciudadano escéptico de la trascendencia social de las políticas partidistas, me ha llamado la atención el sosiego que sigue al periodo estival en que los políticos se toman vacaciones y todo sigue funcionando igual. Es muy posible que semanas antes, atendiendo a las declaraciones de los líderes políticos, pareciera que el país se enfrentaba a momentos decisivos de su historia y trascendentales para la supervivencia de la economía; pero en cuanto llegó el estío se diluyeron las inquietudes y la rutina siguió guiando a los ciudadanos en su quehacer sin los sobresaltos de los pronunciamientos alarmantes.
La insalvable cuestión de la Constitución Europea, la escalada impetuosa del precio del crudo o la amenaza terrorista, que en los meses inmediatos, a tenor de la presencia en los medios, parecían decidir la suerte próxima de los ciudadanos, por efecto de la relajación estival aplazaron su trascendencia a la vuelta del muevo curso tras el paréntesis estival.
Ante esas percepciones, yo, ciudadano escéptico, me pregunto si es qué la sociedad se narcotiza o si es qué los medios desorbitan la relevancia de los acontecimientos políticos para cobrar protagonismo. Lo que parece evidente es que lo que realmente afecta a los ciudadanos sigue funcionando con o sin ajetreo político y que las tensiones de inquietud corren paralelas pero sin ser tan graves como las pintan cuando pueden aparcarse para que sus responsables se relajen.
¿Hasta qué punto entonces merecería aprobación el que las formaciones políticas, los medios de información y los grupos de presión siembren inquietudes más allá de la exposición comedida y sosegada de los avatares que negocian entre sus manos?
El tremendismo que se ejerce desde el poder o la oposición para mediante el miedo atraer las voluntades de los electores no es lícito. En política algo muy importante es el bienestar de los ciudadanos y parte de ese bienestar predicado por los sistemas democráticos radica en la tranquilidad que a los ciudadanos les trasmite la sensación de que los problemas se abordan desde el diálogo y el consenso, y no desde el atrincheramiento ideológico y la violenta polémica.
El predicamento del miedo ha sido siempre el arma de los regímenes autoritarios. Uno de los signos de progreso social está en que la vida pública se asemeja más a la vida cotidiana, donde los problemas se contemplan en su auténtica magnitud.
Ese sosiego, que favorece el crecimiento estable de la personalidad, lejos de fomentar la apatía multiplica el interés por la política cuando se advierte que los representantes se emplean en atender carencias y demandas más que en debatir estériles reivindicaciones ideológicas.
La justicia, que exige dar a cada uno lo que le corresponde, se realiza también en conseguir más sosiego y menos inquietud para los ciudadanos.