PROFESIONALES Y LISTILLOS
¿Quién no se ha topado en la vida con quien le ofrece un servicio a mitad de precio? Parece mentira que eso pueda seguir dándose en la sociedad industrial, pero siguen existiendo ofertas que atraen la atención de los clientes y al tiempo distorsionan el mercado. Cuando se analiza el método mediante el cual ofrecen esa oportunidad se contrasta que las más de las veces comportan: o una deficiencia de calidad, o un fraude fiscal, o una trampa encubierta para comprometer al cliente en otra aventura de mayor trascendencia. Al fin u al cabo, los métodos de producción y mercado siguen unas pautas científicas y técnicas que autorregulan unos márgenes operativos adecuados a lo que permite la leal competencia.
Esas operaciones de mercado tan espectaculares no dejan de tener su origen en la personalidad profesional de quienes las tutelan, quienes confían su éxito a la originalidad y a la ocurrencia sobre la responsabilidad y la ética. Responde su perfil a personas de mediana inteligencia pero muy creídas en su sagacidad y especial valía. Su marco de promoción lo establecen sobre el detrimento del valor del esfuerzo profesional acreditado, mediante la autopersuasión de ser ellos capaces de mejorar el producto por un toque de inspiración y desacreditando el empeño de los profesionales responsables de la seguridad y calidad del producto. El objetivo de estas personas es medrar a costa de resultados aparentes, que no se constatan en un análisis profundo del sistema.
Trepar en el intrincado sistema profesional de la sociedad industrial sólo se consigue a base de una concienzuda preparación profesional, de una absoluta dedicación al proyecto, de tener un buen padrino o de ser capaz de tejer una imagen que distorsione el auténtico potencial personal. En resumen: o valía profesional, o amiguismo, o la trampa.
Tenerse creído como listo representa una forma de actuar en la vida que lleva a considerar todas las pertinencias sociales como hechas para constreñir a los tontos, mientras se considera él excluido de cualquier obligación respecto a los demás. De ahí al falta de escrúpulos para la defraudación fiscal, para la sisa en el peso y medida, el engaño en la especificación publicitaria, la explotación de los empleados, la esquiva de los controles sanitarios y de calidad, etc. Resumiendo: una merma del producto o servicio generado.
El listillo es la transposición a la sociedad industrial del actor de las corruptelas de las sociedades económicas en vías de desarrollo. Lo que ocurre es que en la medida en que la sociedad se encuentra más desarrollada los medios para vivir de la trampa han de ser mucho más sofisticados, pero la personalidad de los actores responde a una misma perspectiva de granjearse unos buenos medios de subsistencia de modo marginal a la generalidad del sistema.
La utilización racional de la imaginación para favorecer la creación es uno de los pilares esenciales del desarrollo, lo que se articula perfectamente con la destacada profesionalidad de tantas personas que triunfan en virtud de sus méritos personales y su esfuerzo. Los listillos, en cambio, aportan escasa creatividad y progreso, porque su método consiste en plagiar los procesos desarrollados por los profesionales y exprimir a su beneficio la oportunidad de interferir en el mercado.
La deshonesta competencia empresarial se fundamenta en muchos casos sobre esta mentalidad de quien considera su astucia como un baluarte para generar la trampa más que para el ejercicio de un servicio profesional.
El mayor detrimento para los profesionales y el mayor amparo para los tramposos resulta que se encuentra en la desaprensión del cliente que medio se deja engañar y medio se realiza en conseguir los productos a precios tirados, cuando muchas veces sólo se lleva la ganga de lo que cree adquirir.