BIENESTAR Y CONSUMO
La llamada sociedad del bienestar, patrimonio de una parte de la humanidad tiende a presentarse como el modelo social que se corresponde con la dignidad humana y objetivo común de los ciudadanos.
Desde el prisma con que la filosofía social contempla a la comunidad, la concepción del bienestar en lo que contiene de bien lo identifica con el fin intrínseco de las relaciones sociales, y desde esa perspectiva el bienestar se justificaría en la plena realización del objeto material de la sociedad. Lo que tan simplemente planteado resulta evidente, en la medida que se analiza intelectualmente despierta la incertidumbre de si lo que aceptamos sociológicamente por bienestar se corresponde con lo que realmente es el bien para los ciudadanos.
Son muchas las cosas que el hombre persigue como bien y que basta distanciarse mentalmente del sujeto que lo disfruta para comprender que aquello no supone un bien para la persona, sino una alteración emotiva que lo que le genera es una distorsión en su objetivación de lo que realmente la conviene. Tómese por ejemplo las drogas o las excesivas inquietudes del poder que generan crisis vasculares.
Desde la concepción de la racionalidad integral del hombre sólo se puede aceptar como bien aquello que le proporciona felicidad, considerada ésta como la plena satisfacción de cada hombre con su realización como hombre: El pleno ejercicio de su humanidad; y siendo la esencia del ser humano su forma intelectual, y la naturaleza de la misma su creatividad, el hombre está llamado a ser feliz en la contemplación de la realización efectiva de su proyecto personal. Las cosas que el hombre consuma serán un bien para él en cuanto que le permitan alcanzar los objetivos de realización que propicien su estado de felicidad.
Un error de la sociedad del bienestar es considerar que son los bienes materiales los que reportan mayor satisfacción a la persona, pues aunque es cierto que la satisfacción sensible le comunica sensación de bienestar, ella sólo no es bastante para que las sensaciones logren asegurar alcanzar para el sujeto el estado reconfortable que sigue a la perfección de lo bien hecho: La percepción de su propia creatividad.
Suponer que son los bienes materiales los que inducen a la potenciación de la creatividad no es más que un a priori muy discutible, pues la materialidad que calma la ansiedad depende de dos factores: De la intensidad de la ansiedad, y de la comunicabilidad del objeto material para sensibilizar al individuo en particular. Lo que también ocurre es que la función placeba de todo recurso material más allá de las demandas vitales fomenta el hábito de su utilización para lograr la sensación de bienestar, de modo que la horquilla de insatisfacciones crece con la dependencia a los recursos materiales demandados para el bienestar. De ahí proviene el consumismo, le medida de cuyo hábito marca la dependencia o la autorregulación.
La creatividad de los planes intelectuales se soportan sobre la materia porque ninguna operación en el hombre es ajena a su realidad material, y todo acto relacional se establece con seres igualmente materiales, pero, aun cuando el soporte de sus actos sean entes corpóreos, el bien que persigue la creación es siempre una mejor ordenación de dominio sobre la materia y no de ser dominado por la misma. Si el consumismo calma la ansiedad pero no desarrolla la imaginación en nada favorece la dimensión creativa de la personalidad. Es lo que a tantos ha llevado a concluir que el dinero no da la felicidad sino que simplemente favorece la tranquilidad para que el desarrollo del espíritu pueda lograrla.
Consumir sin perturbar o embotar la inteligencia advierte en la conciencia del hombre la relación entre consumo y sociedad en la doble dirección de que sólo el hombree agrupado en sociedad favorece la producción de bienes para el consumo, y de que los bienes generados deben repercutir sobre todos los miembros de la sociedad en virtud de algún tipo de derecho. La consideración de la amplitud de la distribución es proporcional, según la rectitud de la conciencia, a la dimensión moral de la sociedad, o sea: a la valoración de todas las personas que directa o indirectamente intervienen en el entramado de la producción de los bienes, lo que en un mundo cada vez más globalizado exige una determinación más solidaria del derecho universal al consumo. Por tanto, le ética, como proyección intelectual del bien, debe tomar en consideración ajustar el consumo personal en consonancia a una satisfacción de conciencia construida sobre la percepción del bien derivado de favorecer una adecuada distribución de los bienes que procuran bienestar, fundamentalmente de los bienes de primera necesidad. Así, por ejemplo, se entiende que muchas personas no alcancen un estado moral de satisfacción por gozar de una buena atención sanitaria si al tiempo no se esfuerzan personalemnte en comprometerse en la mejora de los medios destinados a la protección de la salud de otros menos favorecidos por la posición con que la fortuna los situó en la sociedad.
Esta inconformidad de la auténtica felicidad con el bienestar material es lo que despierta a las conciencias a comprometerse con una ética solidaria: El bienestar no lo es tal si no está generalizado para toda la sociedad y se interpreta desde el respeto al futuro bienestar de las generaciones que nos seguirán. Desde la condición de moralidad el consumo debe ser planificado como más racional, más universal y respetuoso con la naturaleza. Consumir menos cosas superfluas y dirigir la producción hacia la consolidación de un mercado universal que atienda necesidades racionales comunes. Ser más respetuoso en la producción y el consumo con la naturaleza para ni esquilmar las reservas, ni agostar la vegetación, ni legar un ciclo climático adverso consecuencias del desenfrenado interés de bienestar particular, debe ser fruto de entender que el bien que recompensa vivir una vida está sobre todo en el que la persona ejerce como sujeto y no el que disfruta teniéndose por objeto.