AUTORREGULACIÓN DEMOCRÁTICA
La estructuración de la vida política que las democracias han consolidado en la figura de los partidos políticos no deja de presentar luces y sombras, por lo que cada vez se hace más necesaria una revisión de las formas de los mismos para que realmente se constituyan como instrumentos de confianza de los ciudadanos.
El distanciamiento de los partidos de la sociedad y la ausencia de democracia interna han generado que una parte importante de la sociedad los repudie o sólo los tolere como mal menor, hasta el extremo que para muchos sectores el sistema debería denominarse partitocracia.
Un toque de atención lo dan los análisis de opinión cuando arrojan que los partidos son entidades que gozan de poca confianza entre unos ciudadanos que los sitúan con un alto índice de corrupción. Esta desvalorización que revierte sobre el sistema democrático es grave y debería llevar a los partidos a una profunda regeneración para hacer suyos los valores que la sociedad demanda.
Entre los muchos aspectos que los partidos políticos deben mejorar en su estrategia interna está la de depurar a los miembros que no participan del fundamental valor democrático de la tolerancia.
Son muchas las personas de ideología totalitaria que conviven en lso sistemas democráticos con tendencia natural a utilizar los resortes posibles para imponer sus criterios sectarios. Cuando actúan en agrupaciones propias son fácilmente detectables para los ciudadanos, pero muchas veces esas personas son asimiladas por los partidos para ampliar el espectro de sus electores, y así se hace mucho más difícil apreciar su influencia negativa en la sociedad.
Exigir a los partidos políticos que sean realmente democráticos debería pesar tanto en la vida política interna de una nación como la exigencia de la actuación democrática en las funciones de gobierno en la administración del Estado. No obstante, se toleran mucho más las incoherencias ideológicas dentro de la estructura interna de los partidos, sin percibir los ciudadanos que de un partido con corruptelas internas no puede generarse una actividad democráticamente limpia en su responsabilidad pública.
La tolerancia democrática exige mentalidades tolerantes para los políticos frente a los totalitarismos y autoritarismos de quienes piensan que sus posiciones agotan la verdad. El sistema en su esencia exige asumir la posibilidad del propio error, y por ello la necesidad del contraste permanente en el diálogo institucional entre las distintas posiciones ideológicas.
Cuando existe estructura interna democrática los fantasmas de la corrupción y el autoritarismo se depuran dentro del mismo partido y la proyección democrática en la actuación pública mejora notablemente. El gran problema surge cuando los partidos quieren conseguir los votos de facciones extremas y para ello polarizan su discurso hasta radicalismos antidemocráticos. Encrespar la vida social puede suponerse rentable, pero el deterioro moral que se genera en un gran pasivo para la vitalidad democrática.
La autodepuración democrática debe dirigirse a consolidar una cultura interna de tolerancia y para ello debe cada partido expurgar las facciones que propugnan actitudes autoritarias o violentas para imponer sus criterios. No deja de ser asombroso que la denuncia de los extremismos externos como formas incompatibles con la democracia encuentren muchas veces actitudes semejantes toleradas dentro del mismo parido.