SOLIDARIDAD Y ESFUERZO
El progreso humano es cosa común, porque cada individuo en su soledad cuenta con muy pocos recursos para mejorar sus condiciones de vida, sólo en la colectividad se aúnan esfuerzos para conseguir los bienes que propician una mejora común de las formas de vida. Ser solidario y no solitario es por tanto el denominador común del progreso.
El ritmo del progreso en común no es consecuencia de la mera inercia de la vida comunitaria, es preciso además que se dé el esfuerzo de los artífices, el catalizador de la imaginación y la fortuna del favor de la naturaleza. Solidaridad y esfuerzo, por tanto, son ingredientes genuinos del progreso aunque en miras de la justicia habría que decir que el gran motor del avance humano ha sido el esfuerzo solidario y la solidaridad en el esfuerzo, de modo que ni el esfuerzo por sí solo, ni el ideal solidario justifican un valor para el progreso.
Según los vientos sociales soplan en una y otra dirección, se revalúa el esfuerzo individual como guía del progreso dimanado del individuo a la colectividad, o se acentúa la actividad solidaria como modelo del progreso social. Pero del análisis de una y otra se deduce que sin el primor del esfuerzo las sociedades sólo progresan en apariencia, porque la solidaridad sin recursos comparte y reparte nada más lo que la inercia presta a la humanidad.
El esfuerzo es esencial para el progreso porque la producción es consecuencia del trabajo y el trabajo, como la física enseña, se genera por la potencia o esfuerzo aplicado sobre una determinada entidad. Toda aplicación al progreso, directa o indirectamente, intelectual o manual, se construye desde el esfuerzo personal, sea más o menos grato, o proveedor de mayor o menor recompensa.
Una política solidaria sería pobre e ingenua si ignorara alentar el valor del esfuerzo como el primer recurso a cultivar para el progreso y a difundirlo como hábito fundamental de cualquier conciencia solidaria. Si se ignora el esfuerzo personal, el progreso ha de ser sobrevenido desde la aportación exterior y perpetúa el estado de dependencia; la solidaridad entonces se corrompe en sí misma porque entraña una relación propensa a la sumisión y al dominio, lo que es contrario a su misma esencia natural.
El paternalismo con que algunos entienden la solidaridad está reñido con la exigencia que se debe a los beneficiados de promover antes que nada la cultura del esfuerzo. Es necesario estar persuadido de que el esfuerzo tiene recompensa en la mejora de las condiciones de vida, y no sólo en el aspecto material de mejorar los bienes que se puedan disfrutar, sino también en el bienestar que reporta la satisfacción interior de sentirse eficaz.