DESIDEOLOGIZAR
El universo de las ideas ilumina la ciencia, el pensamiento, la filosofía... cualquier saber es una compilación de ideas adecuadamente ordenadas de la que se extraen conclusiones prácticas para la vida; ansia de saber que responde a la búsqueda de una respuesta, a un ¿por qué? En el mundo del pensamiento social, a ese conjunto de ideas que definen y justifican un cuerpo doctrinal acerca del comportamiento humano en sociedad hemos dado en llamarlo ideología.
Los ideólogos siguen más o menos de cerca alguna fuente filosófica, pero en su interpretación asumen un recurso esencial: la necesidad de que la argumentación encuentre una justificación en sí misma, para que pueda ser presentada a la sociedad. Las ideologías se construyen sobre principios filosóficos pero, las más de la veces, se cierran en función de la pragmática social, por dos razones: 1ª Porque la profundización filosófica siempre es una línea de investigación abierta, en cambio la ideología, por su finalidad persuasora, ha de ser conclusiva, aunque para ello haya de recurrir a argumentaciones poco contrastadas. 2ª Porque ha de asumir expectativas sociales que no siempre siguen criterios de racionalidad, ya que las aspiraciones de la humanidad en muchas ocasiones no se ajustan a lo que por naturaleza debieran. Las ideologías deben decidir entre la racionalidad filosófica o la pragmática social, y con mucha frecuencia en sus exposiciones se ajustan a esta última porque su discurso precisa una línea que conecte con los sentimientos populares para que la ideología encuentre arraigo en la masa.
Esa veleidad de las ideologías que se concreta en la orientación de las tendencias políticas que la reinterpretan advierte a los pensadores la necesidad de estar vigilantes para de continuo contrastar las condiciones de verdad de los contenidos que se difunden.
La crítica de los cuerpos doctrinales de las ideologías debe realizarse según los métodos de la filosofía social, porque la importancia de su trascendencia no debe dejar que se cuelen y ratifiquen proposiciones con contenidos de verdad nulos o dudosos que, consignados desde el conjunto del pensamiento ideológico, dejaran enmascarada la justificación metafísica de los mismos.
Desideologizar -como actitud de tomar distancia sobre los enunciados doctrinales- para juzgar racionalmente sobre las demostraciones de sus contenidos de verdad no debe quedar para el ámbito de los filósofos, sino que debería constituirse como ejercicio práctico de todo pensador social. No hay que olvidar que una gran parte de la humanidad se muestra escéptica respecto a las ideologías que gobiernan sus vidas como a las contrarias al uso en el país.
El problema fundamental de la sociedad lo encontramos en la falta de crítica que puede suponer enfrentarse a las ideologías desde la perspectiva de que los demás cuerpos ideológicos son más inciertos, y desde esa posición amparar las tesis más próximas sin mayor rigor crítico al considerar que ello debilitaría esas posiciones frente a las contrarias.
La filosofía sólo admite como progreso el hábito de contraste de las condiciones y contenidos de verdad asumidos para cada proposición particular. La nmetafísica social, por versar sobre las esencias de las relaciones sociales, debe reducir a sus principios los valores ideológicas que se ofrecen a la sociedad, porque cada valor trascendentalmente sólo lo es si vale en servicio al ciudadano porque no transgreda en verdad la justicia que se debe a las partes de cada relación.
Desideologizar no consiste en condenar las ideologías, como muchas ciudadanos lo hacen simplificando su responsabilidad, sino en conservar la libertad de juicio para realizar una crítica de los postulados hacia una mayor evidencia de los contenidos de verdad. Cegarse en el adoctrinamiento, por muy coherente que pueda parecer, es comenzar a deslizarse hacia la habitación de una cárcel intelectual.
La transposición de la coherencia lógica a las relaciones sociales no puede realizarse sin el refrendo de la metafísica social, porque la lógica que estudia condiciones de hechos de verdad en el mundo material no asume las derivadas de la libertad humana en que se formalizan las relaciones sociales. Por ello las ideologías no se justifican como cultura social en la mera teoría de la lógica formal de sus planteamientos, sino que se hace necesario contrastar si no se violenta las intrínsecas condiciones de verdad de la libertad de las personas afectadas en cada relación sobre las que se proyecta.
Dado que la libertad es el mayor bien de la persona humana, la definición de su contenido de verdad debe primar en toda ideología para la justificación moral de la misma. Se podría decir que cada ideología se identifica como cultura humana por su tratamiento de la libertad. Pero siendo los actos libres condicionados por y para la integridad intelectual de la persona, requieren un contraste de su aplicación con la verdad de la ejecución de sus objetivos.
Distanciarse de las formalizaciones culturales ideológicas parece aconsejable para conservar plenamente la libertad de juicio en la crítica desapasionada de la efectiva realización social. Del contraste de los objetivos de verdad logrados se puede progresar en la afirmación del cuerpo doctrinal, pero de su conculcación se deberá seguir la necesaria revisión. Toda ideología así considerada podrá ser referencia de desarrollo de culturas de progreso, pero nunca, como se suele enarbolar, culmen o fin ideológico del progreso.