PAPELES PARA EL PROGRESO
DIRECTOR: JORGE BOTELLA
NÚMERO 25                                                                                           MARZO - ABRIL  2006
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 TRAUMA DE AMOR

 
Estudiar las influencias que repercutan en la personalidad de los individuos ha contribuido en gran manera a  la relevancia que la disciplina de la psicología ha adquirido en nuestros días. Antes toda personalidad, sin justificación alguna, se asignaba a maneras de ser o a formas de conducta adquiridas de modo ejemplar del entorno o, en el peor de los casos, a daños cerebrales de muy diversa procedencia. La poca consideración de los efectos sobre el carácter originó que cuando Freud esbozó su teoría sobre el comportamiento como reacción al trauma existencial fuera por muchos sectores reivindicado. Se presentaba una justificación "científica" del por qué de la personalidad y se allanaba el escollo de dejar al arbitrio del alma, en tiempos del positivismo científico, la determinación de los modales.
Que la personalidad está influenciada por el entorno de la persona es una cuestión innegable, ya que hasta cada uno de nosotros podría atestiguar como cambia su carácter según las circunstancias que le rodean. Si eso es así, puede aceptarse que con mucha más razón en el periodo de formación del carácter las influencias del entorno hayan sido decisivas para definirlo de una manera determinada.
Si para la constitución del cuerpo la alimentación, la pureza del aire, el ejercicio... han sido factores esenciales en su desarrollo, para la personalidad, además de la robustez del cuerpo que la soporta, importan los afectos, porque los sentimientos se construyen sobre los mismos y de alguna manera éstos están en dependencia de las satisfacciones percibidas cuya realidad se tiende a consolidar y a reproducir como valor ejemplar. Por tanto, la afectividad en cada persona, además de lo que su constitución genética le trasmita, depende en mucho de la relación afectiva de su historia - infancia, juventud, madurez - y del grado de satisfacción que la misma le proporciona en su vida sentimental. La respuesta a los sentimientos influye decisivamente a su permanente consolidación.
Mientras que Freud adjudica una trascendencia total al influjo sexual en la configuración de los sentimientos, más recientes estudios otorgan la prioridad al conjunto de afectos, atenciones y cuidados que globalmente reunimos con el termino de: amor, del que la sexualidad forma parte como un modo importante de expresión, pero no es su componente más radical. La esencia del amor hay que encontrarla en la trascendencia de creatividad humana que busca la comunicación de la excelencia de la experiencia vital. Por lo que el amor está muy en deuda a la satisfacción sentimental. De alguna manera se puede afirmar que sólo  ama quien se ha experimentado en el amor.
Considerar una personalidad humana realizada aquella que ama puede parecer simplista o poco racional, pero lo que es notorio es que el amor como valor ha sido siempre el ideal de la humanidad, no sólo en cuanto a los efectos de la relación íntima, sino en las proyecciones que el mismo entraña en la relación global: armonía, paz, solidaridad, etc.
Cuando asistimos a tantos conflictos de personalidad que genera conductas violentas, antisociales, egocéntricas... tendríamos que afirmar que las mismas denotan un trauma de amor cuyas causas puede ser que radiquen en una carencia afectiva en el periodo de formación. Freud atribuye esos traumas a un conflicto en la interpretación de la propia sexualidad causado por una agresión imaginaria de la misma naturaleza infligida en la niñez por los comportamientos paternos enquistada en el subconsciente. Muy posiblemente la perturbación en los contenidos de la manifestación del amor provenga de una carencia afectiva en la construcción de la conciencia del niño en relación al entorno que le rodea.
La ternura, al afecto, todo hombre lo precisa, pero se hace más patente su necesidad en los periodos de mayor debilidad, como son la infancia y la ancianidad, o cuando por circunstancias especiales se adolece de la fortaleza del hombre maduro: enfermedad, inestabilidad emocional, discapacidad... La gran diferencia entre todas esas situaciones estriba en que, por la secuencia lineal de la vida, los actos afectivos que pueden incidir en el comportamiento posterior tienen mucha mayor proyección cuando se imparten en la infancia, porque en teoría su influjo se extiende para toda la vida.
Paliar los efectos negativos de un trauma de amor en la vida madura puede estar en la toma de consideración de la necesidad de acompañar la educación con el cariño. Son muy diversas las aplicaciones que de este desvelo pueden tomar los padres, abuelos y educadores, pero según la fase de edad valdría la pena reseñar:
  1. Con los bebés: las caricias, el abrazo, hablarles, compartir sus incipientes juegos.
  2. Con los niños: la comprensión (nunca gritarles), la explicación del valor de las actitudes que se trasmiten y exigen, la toma en consideración de sus propuestas, los abrazos que paulatinamente sustituyen a las caricias.
  3. Con los adolescentes: Atender sus cambios orgánicos, favorecer que no se desarraiguen las manifestaciones afectivas, tomar verdadero interés por desarrollar sus cualidades. Ser amigo y confidente, lo que precisa implicar un cierto grado de complicidad en sus ideas. Ser paciente y comprensivo con las alteraciones de carácter, precisamente porque el objetivo es que esas mutaciones se generen sin trauma.
  4. Con los jóvenes: no dejar que las distancias generacionales construyan barreras. Asumir su libertad como expresión del amor.
La vida en sociedad es esencialmente vida de relación y la perfección de la relación se manifiesta en la amistad y el amor. El niño-joven-maduro-anciano no deja de ser un único sujeto con personalidad y por ello las manifestaciones de amor se configuran como hábitos desde la infancia a la madurez. Las caricias pasan de los padres a los novios y a la vida de pareja. Distintas formas que sacian una misma necesidad afectiva que en mucho determina como cada cual cada días es.
Se ama como se ha aprendido a amar, y amando se sostiene el hábito para dar y recibir amor, lo que es necesario para sostener un entorno humano positivo y vital. La comunicación en la madurez se hace más necesaria que en la juventud, cuando otras pasiones animan la conjunción integral del ser, y el recurso a los afectos se hace imprescindible para sostener los sentimientos. Quien se ha educado en el amor y ha cultivado el amor necesita la pervivencia de la actualización de las caricias que le hacían sentirse amado y protegido en la niñez, y ello tanto en le hombre como en la mujer. Cuanto más amparo se recibe en el círculo íntimo, mayor amparo se prestará en el entorno social.
Naturalmente que lo que se percibe en la sociedad es una gran proporción de trauma de amor. Freud predicaba de un subconsciente instigador para todas las personas, porque casi nadie es feliz y la razón de esa infelicidad era consecuencia indefectible de las contradicciones no evidenciadas y superadas. Si admitimos un margen de libertad mayor del que Freud atribuía para la persona humana, podemos entender que los traumas de personalidad no son esenciales a la naturaleza humana sino efecto del trato con que nos relacionamos. Sólo desde esa perspectiva cabe la  esperanza de superación.
Construir el amor es quizá el mayor reto de la existencia humana y su opción de mayor trascendencia, pero ello no está en leyes ni conciertos sino en la asunción de la responsabilidad de la conciencia individual que percibe al mundo como la suma de las determinaciones de la libertad individual de cada ser humano.